San Junípero


En mi segundo año de universidad acepté un empleo como chofer de don Andrés, para trabajar por las tardes. Él mismo me llamó y me entrevistó y me contrató al instante. Me dijo, yo sé leer a la gente y sé que vos no me vas a robar o dejar vendido porque tenés un sentido del deber bien arraigado. Acto seguido me indicó cual iba a ser mi salario y me citó al siguiente día.

Me pareció un tipo raro al principio, pero era un trabajo relativamente fácil. Me tocaba esperarlo en el carro afuera de los edificios o casas que visitaba y para el caso cargaba mi celular con varios libros y un lector de feeds o de vez en cuando me agarraba la furia tuitera y le echaba pestes al gobierno, a la oligarquía y a los políticos viejos y jóvenes. Los políticos jóvenes son esos que no tienen ideología y les gusta mucho el tuiter.

Claro, también me tocaba estudiar o hacer tareas en el carro. A veces don Andrés me decía que me fuera a una cafetería o a algún comercial y me daba dinero para comer algo. A los dos meses de trabajar ya me sabía un poco la rutina y casi ni me tenía que indicar hacia dónde ir.

Don Andrés era un tipo en sus sesentas que aparentaba menos edad y tenía mucha energía. Por la mañana trabajaba en su casa e iba a un gimnasio cerca de la misma, por lo que no necesitaba el carro. Pocas veces me pidió llegar por la mañana. Solía tomar decisiones de rápidamente y decía que nunca se encariñaba con un negocio. Era muy amable con todo el mundo y a todos les hacía sentir que lo que estaban haciendo era lo más importante para él. Esa era su arma secreta y eso hacía que todos quisieran quedar bien con él y complacerlo. Porque exigente sí era.

Había un edificio en especial que visitaba tres veces por semana. Solía limpiarse la cara con una toalla húmeda y se echaba más perfume para entrar y salía sonriente. Una vez salió tan contento que me tuvo que contar lo que había ahí. Vos parecés progre y además sos milenial, por lo que espero que lo que te voy a contar no escandalice tus inocentes oídos, dijo, mirándome seriamente. Usted dele don Andrés, que de aquí no pasa, prometí.

Resulta que en aquel edificio tenía un amante, hombre. Durante varios años habían tenido una relación que por temporadas iba y venía. No era una relación tormentosa, simplemente el otro se aburría y lo dejaba de llamar y él entendía. Sin embargo siempre estuvo seguro de que él era la mejor compañía y que el alejamiento puede evitar la monotonía. Los dramas son para las redes sociales y para la tele, me decía. En las redes sociales parece que les dan más likes mientras más dramático sea el drama, reía. Sí, don Andrés estaba al día de lo que pasaba con el mundo, incluyéndome a mí y mis diatribas tuiteras sin sentido contra el gobierno y los ricos.

Don Andrés era de San Junípero, un pueblo del departamento de El Progreso. Cuando me contaba un poco de su vida solía decir que sí, que él había nacido de familia pobre y había hecho dinero, pero que le molestaba que la gente presumiera de eso. Si sabés leer a la gente y si arriesgás podés hacer dinero, no es tan complicado. Aborrecía a los conferencistas que predicaban su éxito y contaban historias de cómo un pobre triunfa contra todas las adversidades y se hace rico y famoso. Hacer, tener y conservar el dinero no es para todo el mundo, me decía. Es así como la música o el arte, no todo el mundo tiene oído o es creativo.

Hace unos treinta años, decía don Andrés, solía ocultar mi lado gay. No era bueno para los negocios. Hoy ya se avanzó un poco en eso, pero es mejor no irlo contando por ahí, o a veces negarlo si es necesario para los negocios.

A su novio del edificio a donde íbamos tres veces por semana lo había conocido hacía diez años. Le costó hacerlo salir del closet porque era un hombre casado y con hijos, que además era bueno en los negocios. Pero siempre supo que era gay y que además se atraían mutuamente, así que con paciencia lo sedujo y lo convenció de tener algo.

Al principio logró que lo dejara visitarlo y disfrutar de su presencia, sin insinuar nada. Hagamos algunos negocios, le propuso don Andrés. Él aceptó. Yo era el hombre más feliz cuando logré que aceptara mi presencia, afirmaba. Sabía que alguna vez lograría abrirse la puerta.

Cuando al fin tuvieron algo parecido a un noviazgo, el otro se asustó y se alejó por un tiempo. Don Andrés no tuvo problema con eso, pero le dijo que tuviera por seguro que algún día irían los dos de luna de miel a su finca en San Junípero y que serían felices.

Trabajé para don Andrés un par de años hasta que lo dejó su novio. Se volvió irascible y un día de tantos me despidió. No lo hizo de mala manera ni hubo inconveniente con mi pago. Yo conseguí otro trabajo rápido porque él mismo llamó a mi nuevo jefe, recomendándome. Le agradecí el gesto con un correo electrónico que no contestó en su momento.

Seis meses después de haberme despedido y respondiendo a mi correo, me contó que estaba de luna de miel en su finca de San Junípero, con la mejor compañía y muy contento.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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