Road trip


Darío decidió no ir a trabajar. Estaba cansado de que para su jefe nada de lo que hacía estaba bien. Lo hastiaban los compañeros de trabajo que aceptaban cualquier abuso con tal de conservar el empleo. Tampoco se quedaría en casa, iba a agarrar el carro con cualquier rumbo, menos el del trabajo.

Después de diez años en su actual empleo ya no había nada que aprender. Darío sabía bien que el trabajo no es para hacer lo que te guste, es para ganar dinero. Todos esos discursos motivacionales y empoderadores no son más que mentiras endulzadas para hacerle creer a la gente que es más genial de lo que es y que puede alcanzar las mismas metas que la gente extraordinaria o privilegiada. No, Darío estaba claro, él no era alguien genial ni extraordinario, ni le interesaba ni envidiaba la vida de los ricos. Él solo quería que llegara el fin de semana para jugar con sus hijos en el parque de la colonia.

Tomó la ruta de Panajachel, un buen café a la orilla del lago de Atitlán era mucho mejor idea que ir a soportar al energúmeno de su jefe. Preparó su playlist con música instrumental relajada y apagó el teléfono. Por la ventana del carro a veces veía a la gente en los demás carros ajetreada y preocupada, con ojos desvelados, con el cansancio en la mirada. Así mismo era él, pensó. Así se ha de mirar día tras día. En días como hoy extrañaba más a su esposa muerta. Ella siempre fue más atrevida y alegre que él.

En el camino vio que hacía un día soleado, de clima agradable. Un viento refrescante entraba sereno por la ventana. Pero no todo podía ser perfecto, pinchó llanta y tuvo que bajarse a cambiarla en una gasolinera. Estaba cambiándola cuando una muchacha de unos veinte años se acercó, saludó y le preguntó a dónde iba. Ella también iba para Panajachel. Se presentó como María, de Monterrey. Iba a encontrarse con su novio en Pana para ir a un hotel en uno de los pueblos que rodea al lago.

Vamos a adelantar un poco. La muchacha no es ninguna malvada que matará al protagonista. Tampoco el protagonista es un predador sexual o asesino. Son gente bastante normal, quizás hasta buena gente, y este no es un relato de terror. Sigamos.

En otras circunstancias Darío habría dicho que no la llevaba; hacerse cargo de otra persona no era el ideal de un día pensado para pasarla solo. Pero la muchacha parecía buena gente. Ella sacó de su mochila un kindle en donde tenía una guía de turismo de Guatemala. Sabía en qué parte de la carretera estaban. Alguien le había dado un aventón y la había dejado ahí. Darío quiso saber qué más libros tendría ella en el kindle.

Después de cambiar la llanta y subir al carro comienza la plática. María es una muchacha delgada, vegetariana, bonita. No es bonita como modelo, sino agradable y simpática. Su sonrisa indica claramente que será amable, pero que no dejará que avance Darío, que se muestra atraído.

—Vi que parecías buena persona y te pedí aventón —dice María, al tiempo que saca de nuevo su kindle—. En el kindle cargo solo doce libros. De Poe, Chejov, Borges y Bolaño. Mira. Cargo solo los que voy a leer.

—Yo tengo como 200 el el mío.

—Nunca los vas a leer todos, wey. ¿Para qué tienes tantos?

María saca un cigarro de mariguana pero al ver que Darío le incomoda, lo guarda sin encender. Soy liberal y todo, wey, pero no me gusta incomodar a la gente.

Ella le cuenta que se fue de su casa porque su papá quería que comenzara la universidad. No me interesa la universidad, lo bruto no se te quita con estudiar carreras aburridas, al contrario. Si no mira a todos esos weyes del gobierno, con sus licenciaturas y maestrías y doctorados y no saben redactar bien un puto comunicado de prensa. Un puto comunicado de prensa. Tú pareces licenciado, y supongo que está bien, pero eso no es para mí.

Darío sonríe ante la sinceridad de la muchacha. Él se graduó de economía pero coincide en que lo bruto no se quita con la universidad, o al menos solo con la universidad. A Bolaño y a Chejov no los ha leído pero ha escuchado buenos comentarios. Por la matemática le gustó Borges, que parecía interesado en la materia y lo reflejaba en sus cuentos.

—¿Ah sí?, para entender a Borges te sirvió la universidad. Qué bien wey.

Él le cuenta de sus dos hijos, de la muerte de su esposa en un accidente de tráfico y del jefe ogro que tiene. Que a esta hora seguro tiene varias llamadas perdidas de la oficina.

—Lo siento wey, ¿era chingona tu chava?

—Sí, lo era. Mucho.

Darío le pide que saque de nuevo el churro de mota. Ella sonríe. Yo con el wey este que ando no ve voy a casar ni juntar. Es celoso, lo disimula, pero es celoso. Me va a chingar la vida si me junto con él. Un par de meses más le daré, es lindo y es chingón, pero para ser pareja de largo tiempo no sale. No creo que aprenda el wey.

Llegan a Panajachel y ahí la está esperando su novio. Se van abrazados y Darío ve que María está enamorada. Quizás tarde más de dos meses en despedirse de él. Tal vez lo chingón del wey sea más que lo celoso. Buen viaje María, y gracias por la compañía y la buena onda. Suerte.

Entra a un restaurante a la orilla del lago de Atitlán. No pide café, pide coca cola. Mañana tampoco irá a trabajar y tampoco llevará a sus hijos al colegio. Irán a pasear a La Antigua Guatemala. Ve al azul intenso del lago y piensa que la mota que le compartió María está muy buena.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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