La venganza


Ester fue despedida por un error suyo en las cuentas que manejaba, error que despertó la desconfianza de su jefe y del dueño de la empresa. Ella sabía que era perfectamente comprensible porque su atenuante era demasiado inverosímil, aunque no por ello mentira. Su jefe la citó en su oficina y le explicó los motivos y hasta fue cortés y amable con ella, pero de todos modos no podía sentirse bien, quién puede en estos casos. Conteniendo las lágrimas salió de la oficina del jefe, arregló sus cosas delante de sus compañeros de trabajo y salió de la empresa. La tarde preciosa que la esperaba afuera le sirvió de consuelo, mientras en el camino a casa, en la misma camioneta 72 de todos los días, pensaba en quién diablos la iba a contratar ahora, la situación en Guatemala está jodida. Como siempre ha estado y estará.

Al día siguiente Ester tenía que regresar a la empresa a recoger el cheque de su liquidación. Ya le había pasado el enojo y con cortesía y serenidad pidió a la secretaria entrar con su ahora exjefe, quien la recibió en su oficina. El error fue por ser una tonta —le decía a su exjefe—, pero nunca hubo mala intención. Yo sólo quise hacer las cosas un poco más rápido, pero fui una burra, lo acepto. Ahora estoy metida en graves problemas, usted bien sabe lo difícil que ahora es conseguir empleo. Mi nena (de seis años) me dice que todo estará bien, que sólo tengo que sacar dinero del cajero automático y listo, ya tenemos para lo que queramos. Sólo vine a decirle que usted cometió un grave error, despidió a una persona que ama su trabajo, a una persona que sabe lo sagrado que es tener la confianza de los demás. No sé si usted pensó realmente mal de mí, pero si así es, lo perdono, de todo corazón. Si el destino nos junta de nuevo, quiero decirle que yo le serviré como si nada hubiese ocurrido. Será la oportunidad de demostrarle que yo soy alguien que vale, algo más que un código de barras en la oficina de recursos humanos, un ser humano con errores, pero sin rencores y siempre con ánimo de servicio a los demás.

Cuando Ester terminó su alocución, su exjefe se quedó callado por algunos segundos. Le respondió con las frases prefabricadas de años de experiencia en este tipo de situaciones. Ester notó, sin embargo, que había logrado un leve efecto. Su exjefe la acompañó hasta el pasillo y se despidieron cordialmente. Avanzó algunos pasos y volteó a ver; el tipo estaba parado en la puerta de su oficina mirando hacia el suelo y al ver que ella volteaba, levantó la vista y le sonrió, amargamente.

José Joaquín

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