La televisión


Una tarde de tempestad la descarga eléctrica de un rayo quemó para siempre la vieja televisión de la casa de doña Rosa. La pequeña Moni, de 5 años, que veía sus caricaturas, soltó el llanto por el susto del rayo y por la televisión quemada. Doña Rosa acudió veloz, tomó el control remoto e intentó volver a la vida al aparato inerte oprimiendo todos los botones. Luego le dió varios golpes, hasta que comprobó que no volvería a la vida. ¡Se quemó esa babosada!, exclamó furiosa. Llamó por teléfono a su hija mayor y a su yerno, por la noche los quería temprano en la casa, les dijo con tono urgente.

Anabela, la hija, y Elmer, el yerno, llegaron preocupados a la casa. Notaron al entrar la televisión quemada y lo apesadumbrado del ambiente. Moni y Cindy (la otra hija del matrimonio) lucían muy tristes enfrente del aparato arruinado. Dona Rosa estaba de mal humor y lo primero que les dijo al entrar fue esa babosada ya no sirve, tienen que comprar otra o se van de esta casa.

La familia no cenó con agrado, no estaba la telenovela de la noche. Encendieron la radio pero no era lo mismo, faltaba la compañía de la tele. Así que decidieron comprar una tele nueva, y que al día siguiente comenzaría la búsqueda en el comercial que quedaba cerca de la casa. Comprarían la prensa para ver las ofertas y Anabela pediría una carta de ingresos en su trabajo, para cuando se hiciera la compra a plazos, porque era demasiado dinero para comprar una tele de un solo.

Al siguiente día, doña Rosa fue entonces muy temprano a la casa en donde hacía tareas domésticas y terminó rápido su trabajo. Regresó a su casa, sirvió el almuerzo a Moni y Cindy, que casi se atragantaron la comida. Ellas tres eran las encargadas de buscar la nueva tele en el comercial. Salieron muy contentas a la búsqueda y recorrían con sonrisa las vitrinas, tanta tele tan bonita, pero tan cara. Pidieron precios en tres locales, y les dieron toda la papelería para llenar y los requisitos. Doña Rosa no sabía leer, así que sólo recibió la papelería y memorizó todas las bellezas que decían de las teles.

Por la noche, en la mesa familiar barajaban todas las opciones. Definitamente las teles plasma y las LCD estaban sólo para la gente de pisto. Pero habían visto una tele linda, pantalla plana de 21 pulgadas, con una cuota de 35 quetzales semanales. Todos veían la foto emocionados y sonrientes. Anabela dijo que ya tenía la carta de ingresos, y que después del trabajo, mañana o pasado mañana podían pasar por el aparato.

Pero surgió un problema. En el comercio pidieron un recibo de agua o luz y una carta de recomendación de alguna persona vecina que los conociera. Doña Rosa y familia vivían en un palomar en donde vivían otras 5 familias, y por eso no tenían un contador de luz o de agua individual. Tenían que pedirle una copia de alguno de esos recibos a la dueña, doña Gladys, que no era una persona muy accesible que digamos.

La encargada de pedir la copia del recibo de luz fue Anabela, temprano de la mañana, antes de salir para el trabajo. Doña Gladys escuchó sin prestar demasiada atención y exclamó un ¡cómo chingan ustedes! , pero le dió el recibo de luz del mes anterior y le dijo que si no lo traía de vuelta por la tarde que los echaba del palomar.

Doña Rosa era la encargada de conseguir la carta de una vecina, se la pidió a la señora de la casa en donde hacía oficios domésticos. La señora a regañadientes se la dió, ella no podía comprender por qué tanta prisa con una pinche tele.

La familia se reunió a la cena, por la noche. Ya tenían todos los papeles necesarios y escogida la tele de pantalla plana que se miraba chula en la vitrina. Doña Rosa dijo que en esta compra todos debían de estar juntos y colaborar para las cuotas de la tele si la Anabela no podía, y que había que cuidarla para que durara. Elmer, su yerno, que sólo las había oído hablar hasta ahora, dijo que de veras que la tele estaba chilera, y que no se recordaba haber tenido una tan bonita en su casa, y que él estaba dispuesto a pagar la mitad de las cuotas, pero que quería ver su fútbol los domingos, sólo eso pedía. Doña Rosa apartó la tele para su novela de las 7 de la noche, y Anabela abogó por las caricaturas para la Moni y la Cindy. Había que ver la armonía que reinaba en esa casa, todos de acuerdo, todos sonrientes. Nunca habían estado tan bien, y hasta parecía que la falta de la tele vieja y la compra de la nueva los había unido de nuevo, después de aquella vez que doña Rosa casi echa al Elmer por andar chuleando a la vecina.

Llegó el día de la compra, toda la familia fue a traerla y Elmer patrocinó una pizza en el comercial, para celebrar la compra. Era la primera salida en meses que hacían todos juntos. Llevaron la tele a la casa e invitaron a todos los vecinos a verla, para que se murieran de la envidia. Se quedaron hasta tarde viendo cómo se veían de bien todos los programas en la tele nueva.

Al día siguiente Anabela venía agotada del trabajo, pero la emoción de la tele nueva le daba fuerzas para seguir. Llegó a cenar y allí estaba su mamá, viendo la novela de las 7, boquiabierta, lamentándose de los capítulos que se había perdido. Anabela había tenido un mal día por la regañada de su jefe, pero la tele nueva ahí la hacía sentir mejor. Se acercó a su mamá, y la besó por primera vez en mucho tiempo, y la abrazó. Doña Rosa apenas le puso atención porque estaba atenta a la novela. Elmer no tardaría en llegar, había que hacerle cena. Las niñas ya dormían.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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