Inversiones seguras


A Gustavo le acaban de informar por teléfono que su cuenta con la tarjeta de crédito acaba de pasar a cobro judicial. Después de colgar, resopla derrotado. No tiene la menor idea de dónde sacará dinero para pagar porque fue despedido de su trabajo la semana pasada. El carro ya lo vendió para pagar otras deudas y su mujer y sus hijos se fueron a la casa de los padres de ella, porque él está de un humor insoportable. Pero irracionalmente confía en que algo aparecerá y que la situación mejorará y todo volverá a la normalidad, si es que es posible la normalidad. Un sueño que tuvo anoche le hace pensar que todo irá bien.

Gustavo no recuerda bien cómo fue que se llenó de deudas, si apenas hace cinco años tenía un buen empleo, se acababa de casar y nacía su primer hijo. Ahora, casi llegando a los treinta, lo ha perdido todo, está gordo y desempleado. Parece que la situación no puede empeorar. Después de ser el alma de la fiesta, el que invitaba a los tragos y de haber ascendido rápidamente en la empresa, pasa a ser evadido por los amigos y odiado por los dueños de la compañía. Andrea, su última amante, no contesta sus llamadas desde que supo que estaba despedido.

Pero el sueño de anoche le hace pensar a Gustavo que algo pasará y él saldrá bien librado de ésta. En el sueño él se veía vestido de blanco, en un jardín hermoso. Una niña también vestida de blanco se le acercaba y le entregaba una moneda de oro, le sonreía y se iba brincando hasta desaparecer detrás de una arboleda.

Entonces le surge la idea de volverse empresario. Algo tenía que hacer, no podía quedarse todo el día en la casa viendo tele y malcomiendo, tenía que salir de ésta. Con el dinero de su indemnización terminaría de pagar sus deudas y borrón y cuenta nueva. Esta debía ser una oportunidad y no una derrota. Se automotivaba de esta manera y hasta lograba sonreír.

Hace un par de años, en una arranque de optimismo, había fundado una sociedad anónima con su mujer, y ésta seguía funcional, con los papeles en orden y los impuestos al día, gracias a que su contador era un tipo escrupuloso y dedicado. Así que era tiempo de empezar con la actividad: servicios financieros.

Dios proveerá, decía un cuadro que estaba en la sala de su casa, cuya fotografía era un jardín amplio y hermoso. Así que hizo la primera llamada a un amigo del trabajo y le ofreció sus nuevos servicios: inversiones en empresas importantes, el rendimiento era de 10% mensual, insuperable en el mercado. El alto interés se debía a que en la actual crisis nadie invierte y por lo tanto el riesgo es mayor, pero él se había encargado de estudiar cuidadosamente a cada una de las empresas en que iba a invertir, todas de prestigio y legales. Era una inversión segura.

Al otro lado de la línea, el amigo entusiasmado le dice que no se quiere quedar afuera y que lo espera al otro día para empezar la inversión. No vayás a dejar que nadie te diga qué hacer, le dice Gustavo, esta inversión es la oportunidad de tu vida y vos tenés que decidir sobre ella, no dejés pasar el tren sin subirte. El amigo entusiasmado le promete entonces 20,000 dólares su ahorro de los últimos años.

Cuando cuelga el teléfono a Gustavo se le asoma una gran sonrisa triunfal. No se imaginaba que fuera tan fácil manipular a la gente. Su primera prueba resultó bastante bien y decide continuar. Durante el resto del día se dedica a hacer llamadas a amigos y familia y consigue ocuparse en los cobros para el resto de la semana. En una semana ya logró captar 75,000 dólares sin hacer ningún negocio real. Para aumentar la avaricia de sus clientes, decide que entregará intereses semanalmente.

Para el primer mes ya recaudó 250,000 dólares y la noticia se riega rápidamente. Ya tiene cuatro personas a su cargo y una lujosa oficina en el noveno nivel de un edificio cotizado. Las inversiones siguen llegando y los pagos de intereses se realizan cada semana, religiosamente. Ya se consiguió una amante a la que lleva a vivir a su casa, tiene un carro nuevo. Todo tan rápido, tan fácil, cómo no se le había ocurrido antes.

Gustavo sabe bien que debe haber algún punto en el cual tenga que huir. Planifica que en seis meses deberá hacer movimientos importantes de dinero y conseguir otro país para irse. Mientras tanto las inversiones siguen fluyendo, la avaricia humana es el gran motor de su negocio.

Inversiones Seguras, S. A. se llama su empresa. Planeaba tener cuatro millones de dólares en inversión al final de los seis meses que se había trazado como punto de huida, pero se sorprende al revisar que tiene inversiones por más de 20 millones. Entonces decide que es tiempo de marchar, antes de que todo se desmorone.

Gustavo avisa a su personal que se irá de vacaciones a España durante dos semanas y deja indicaciones para que manejen el dinero de los intereses y sigan pagando. Hace una transferencia de 15 millones de dólares a varias cuentas a nombre de varias personas en varios países a quienes previamente ha contratado.

Efectivamente va a España, pero una semana después viaja a Nicaragua, donde compra una falsa identidad con la que se radica en Panamá. Desde ahí recupera buena parte del dinero que ha repartido, algo se pierde en el camino. Han pasado tres meses desde que desapareció del país.

Mientras tanto, sin señas de su jefe, la empresa comienza a ser un caos y los inversionistas están nerviosos, hasta que se descubre que Gustavo ha huido y sale a la luz la estafa. Un par de suicidios, una manifestación, declaraciones de prensa y demandas en tribunales. Pero no hay justicia ni resultados, Gustavo se sale con la suya.

Desde Panamá, Gustavo, ahora Juan de Dios, lee los periódicos y se felicita por su genio. Nunca pensó que fuera tan fácil hacer algo así. La clave, se decía siempre, es huir a tiempo. En el pueblo en donde decidió radicarse es muy querido porque ha hecho donativos a la alcaldía y a las iglesias del lugar. Cada vez que hacía un donativo importante, solía decir “Dios proveerá”, ante los aplausos de la gente. Se consiguió mujer hermosa, hizo familia y fundó una iglesia cristiana que llegó a ser muy exitosa.

Hasta aquí el plan de Juan de Dios, antes Gustavo, parecía perfecto. Ni él mismo creía a veces lo fácil que lo había tenido. Lo difícil le había tocado a sus empleados, varios de los cuales pararon presos, con todos sus bienes confiscados. Parecía que se saldría con la suya, si no fuera porque cometió un grave error: le dio total acceso a su dinero a su esposa.

Con el aburrimiento que provoca la riqueza, la esposa de Juan de Dios decidió que invertiría el dinero para lograr más dinero y así demostrarle a su marido que ella era algo más que una cara bonita. Lo decidió hacer invirtiendo en una empresa que prometía 10% de interés mensual, y según el agente de negocios que la visitó, la clave era que la empresa invertía en compañías de prestigio. Era una inversión segura.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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