Eva y el cura


No me enteré de cuándo vino al pueblo el padre Javier, pero sí me di cuenta del alboroto que generaba. De un día para otro las misas estaban llenas de mujeres de todas las edades, incluso muchas de ellas evangélicas. Pensé que el cuate este tal vez tenía algún don divino o algo así. Después me enteré que su don no era precisamente espiritual, su don era ser bien parecido, joven, canchito él, y buena onda. Era español, y en sus años más jóvenes había estado como jugador en un equipo de la B de la liga española.

Los domingos a la tarde las mujeres se congregaban alrededor del campo de fútbol, porque el padre seguía practicando el deporte y al nomás llegar armó su equipo. Por las tardes el padre visitaba los hogares, tocaba la puerta, entraba donde lo invitaban y daba su mensaje cristiano ante la admiración de las mujeres y los celos de los hombres. ¡Cuánta fe la que acarreaba el hombre!

El padre Javier había venido a revolucionarlo todo, a alborotar a las mujeres y a poner en alerta a los hombres. Sin embargo el padre resistía los embates de la tentación y seguía en su ministerio, fiel a sus votos y a la palabra de Dios. El joven cura, me enteré por el sacristán, no duraba en las parroquias porque de plano revolucionaba todo. Era la tentación ideal para las mujeres: un hombre de Dios, bien parecido y joven, lo prohibido siempre es lo más apetecido.

Pero como a todo coche le llega su sábado, al padre Javier también le llegó su hora. No podía ser de otro modo. De entre las feligresas alborotadas salió Eva, una guapa treintañera con un buen recorrido en el arte de la seducción. Ella era alta, delgada, con un hermoso pelo negro hasta la cintura y una irresistible mirada. Cansada de besar sapos y aburrida de lo insulso de los hombres del pueblo, quiso ganarse el trofeo prohibido y para ello planeó su estrategia seductora.

Llegaba al principio a confesarse, como todas las demás. Procuraba llegar recién bañada, sin maquillaje, con poco perfume y vestidos blancos con estampados de flores. Siempre confesaba al padre un pecado: amar a un hombre prohibido, sin decir el nombre. Eva se trasladó cerca de la iglesia para vigilar todos los pasos del padre Javier. Ella no sabía si le gustaba más por lo atractivo o por lo prohibido. Pero amor, esa cosa de tontos, eso sí que no era, la meta era hacer caer en la tentación al padre y gozar con esa caída.

Eva no gustaba de la cocina, así que se ofreció a hacer limpieza en la iglesia un par de días a la semana. En las misas se sentaba hasta adelante con esa cara de pícara inocencia que las mujeres experimentadas logran tan bien. Y el padre, hombre al fin, cayó en la tentación. Cayó y bien profundo, porque el padre no sólo se entregó en cuerpo sino también en alma. De las otras parroquias había salido por cosas de faldas, pero se había arrepentido y vuelto al redil porque no había entregado el corazón. Pero ahora sí, para su perdición.

Los amantes tenían su horario. Eva salía de su casa a las ocho de la noche y entraba por la puerta de atrás de la iglesia. Yo la ví, y a pesar de su delito, ella iba campante y contenta, con paso seguro. Ella ya tenía llave de la puerta, nunca volteaba a ver si alguien la veía. Qué mas daba. No es que yo los espiara, pero ella salía de esa casa como a las cinco de la mañana e iba a dormir toda la mañana a su casa. No tenía que preocuparse de trabajar, las limosnas de la iglesia pagaban su comida. Por la tarde se acercaba a la iglesia directo al confesionario, ahí seguro le volvía a decir al padre Javier su pecado al oído.

Pero bueno, todo algún día termina, de una u otra manera. Y la bella Eva se cansó de su juguete y lo abandonó. Al pueblo había llegado un narco poderoso, y a pesar de no ser canchito ni español, también atraía a las mujeres. Así que Eva tenía que agregarlo a sus trofeos y el pobre padre se quedó sin su sabroso bocado de manzana que la guapa Eva le proporcionaba. Cayó en profunda depresión, se bebía el vino de consagrar por las noches y las misas de las siete de la mañana ya no eran siempre a las siete, como antes. Algunas veces llegaba el narco con Eva del brazo a misa, y Eva sonreía ahora con la soberbia y la altanería del poder y la maldad.

El padre Javier, herido en su orgullo y traicionado por la mujer que amaba, un día fue a retar al narco. Yo no lo ví, pero sí escuché al padre gritando a medianoche y a un furibundo narco que salía y respondía. Hubo pelea, claro está, y la cosa estuvo reñida. El padre, deportista, tenía lo suyo. El narco, acostumbrado a los cachimbazos, pegaba duro también. Eva sólo miraba entre asustada y complacida la pelea. El padre asestaba un par de golpes y recibía tres. Pero ahí estaba y no caía. Yo pensé que iban a salir los sicarios a sueldo del narco, pero parece que este narco sí era de los que tenían un poco de honor, y además, tenía que derrotar con sus propias manos a su rival, que aunque desde antes de la pelea estaba derrotado, tenía que caer en el combate.

La pelea se extendió hasta como las tres de la madrugada, cuando al fin el padre Javier cayó al suelo. Eva se apresuró a darle un beso apretado y lascivo a su héroe y a mirar con desprecio al pobre cura caído. Yo la verdad, aparte de su negocio ilícito, al narco no le tenía mal ánimo. Caía bien el cuate, y en la cantina del pueblo cuando estaba él siempre había guaro gratis. El padre también era buena onda, pero alborotaba mucho y eso tampoco es bueno. Una semana después de su derrota seguía convaleciente y algunas mujeres se turnaban para cuidarlo. Un mes exacto después, le llegó su notificación de traslado hacia otra parroquia. Pero ahora no creo que alborotara mucho a donde iba, porque el desprecio de la amada se había llevado su juventud y su energía. Había enflaquecido mucho, del Adonis que había llegado a darle vuelta al pueblo poco quedaba. En su lugar vino un viejito buena onda, de esos padres que hacen bien su chance, sin meterse a mucha bronca.

Eva y su narco salieron del pueblo una madrugada, un par de años después, en una Hummer gris. En el camino, a pocos kilómetros del pueblo, fueron emboscados y ajusticiados con tiro de gracia. En la prensa al otro día había una pequeña nota en la que mencionaban, como suelen decir en estos casos, que había sido un pleito entre bandas de narcotraficantes. La Hummer nunca apareció. Según me acuerdo haber leído en la nota de prensa, Eva presentaba señales de tortura y parecía haber sido violada en repetidas ocasiones.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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