Nos comunicábamos con música. Ella enviaba un enlace por chat a una canción que le gustaba y yo la escuchaba y daba mi opinión. Esta la tengo en repeat, me decía. Yo respondía con una canción también y a veces ella decía que ya la tenía en su playlist. Ella opinaba que una canción debía tener buena letra y buen ritmo. Yo creo que solo tiene que tener un ritmo que me guste y después la letra si está bien también ayuda, le decía un poco con pena por ser tan básico.
Había días en que ambos estábamos tan ocupados que solo compartíamos los enlaces a las canciones, sin comentarlas. Un corazón rojo o verde daba la señal de que la canción compartida era escuchada. Los algoritmos son buenos recomendadores y cuando el algoritmo hacía sonar una canción que yo pensaba que a ella le gustaría de inmediato se la compartía. A mí me gustaban más las canciones en tonalidades menores y a ella en tonalidades mayores.
A veces pensaba, ¿la canción que me mandó tiene un mensaje para mí o simplemente le gusta? En ese sentido compartir de ese modo era un lugar seguro porque conveníamos en que eran canciones que simplemente nos gustaban, cosa que en realidad era cierta.
La había conocido en un trabajo anterior y habíamos salido algunas veces pero sin que la amistad pasara a algo más. Un día después de varios años sin hablar ella envió un mensaje saludando, con un emoji de sonrisa. Los emojis de sonrisas son muy útiles porque indican que todo está bien. Nos pusimos al día. Ella estaba aspirando a una nueva posición en su trabajo y aún no estaba segura de si podría con eso y si sería mejor de lo que tenía en ese momento. Creo que ya es hora de cambiar, decía.
Nunca hicimos malos comentarios de las canciones compartidas porque aunque no cayeran en nuestros particulares gustos, siempre era música bien hecha. En las canciones que a uno le gustan hay una parte de uno mismo, le escribí un día. Uno hace suyas las canciones y las interpreta a su manera, las canta a su manera, las hace suyas. A veces no tengo un buen día y entonces la paso con mi música, en mi mundo, respondió en el chat.
Compartíamos el día a día, y comentábamos acerca de los clientes molestos, los compañeros de trabajo que quieren pasarse de listos y los problemas con las plataformas de trabajo desde casa. Algunas veces nos juntábamos a tomar café en algún punto intermedio y la pasábamos bien. Un día de tantos le dije que una de sus canciones favoritas había sonado cuando yo estaba en donde el dentista. Ya viste, me dijo, te persigo a todas partes.
La ascendieron al puesto que ella buscaba, después de algunos meses de espera. Estaba muy contenta. Salimos a celebrarlo con un café y un par de horas de plática.
Todo cambió entre nosotros un día en que nos juntamos en un comercial y vi fuera de toda duda un particular brillo en sus ojos cuando me vio llegar. Al día siguiente ella puso en su estado del chat una cita que decía Rodéate de personas cuyos ojos se iluminen al verte llegar. Ella también, sin ninguna duda, había visto mis ojos brillar.