Todos los veranos mis papás nos llevaban a mi hermana y a mí a comer helados los domingos por la tarde. Íbamos a algún lugar que tuviera juegos y después de correr por todos lados y subirnos a todos los juegos que podíamos, terminábamos comiendo helados viendo el atardecer.
Esa imagen de la niñez nunca se me borró. No lo sabes en el momento, eres feliz. Cuando las circunstancias de la vida no te son favorables, recuerdas esos días con nostalgia. Como ahora, que es verano y el calor insoportable hace que añore los helados de chocolate que comía de niño.
Mi hermana se fue a Estados Unidos y no puede volver por lo de la visa. Mis papás murieron en años seguidos de un cáncer que me pareció fue contagioso. El último recuerdo que tengo de mi padre es una tarde, ya enfermo, comiendo helados, pero yo ya adulto, mi hermana fuera y mi mamá ya fallecida. Sentí de nuevo ese sentimiento de felicidad de la niñez, ese sentimiento de que todo iba a estar bien. Mi papá murió dos meses después. Y las aplicaciones del teléfono, que pueden ser muy crueles, me recordaron ese día el domingo pasado. Ya cinco años.
Ese domingo la pasé muy mal. Los recuerdos se vienen de a montón. Llamé a mi hermana y le conté lo que la aplicación del teléfono me había hecho. Ella me dijo que para ella había sido peor, que la distancia hacía el dolor doble. Terminamos llorando los dos.
Hoy domingo decidí salir de casa. Fui a un lugar donde habían niños y después de ver a las familias, como antes la mía, me comí un helado de chocolate. Llamé a mi hermana y le conté. Ella me dijo que había salido con su familia y que estaba comiendo helados con sus hijos, aunque en su ciudad no hubiera calor.