Después de intercambiar likes en una red social y de conocerse en una tarde de verano en la terraza de un café, Andrea y Víctor comenzaron una relación. Una foto de un par de tazas de café fue publicada en redes. Ambos se gustaron, así que comenzó el cortejo. Muchos chats y mensajes de voz, risas por teléfono, etcétera. Las cosas iban bien hasta que un like cambió todo.
Ambos eran muy asiduos a las redes sociales. Prácticamente publicaban su vida ahí. Víctor tenía su propia red de amigos dentro de las redes, que también se hicieron amigos de Andrea una vez comenzó la relación. Pero Víctor también tenía sus enemigos. O más bien, perfiles de redes de personas que le caían mal. Es sabido que en internet, como en la vida real, hay amor y amistad, pero también odio.
Un like de Andrea provocó la primera pelea. No fue grande, Víctor estaba en la fase de cortejo y no quiso hacer mucho ruido, pero le dijo a Andrea que a ese muchacho al que le dio like era un tipo realmente despreciable, que conocía cosas de él. En realidad no conocía nada de él más que lo que publicaba en el perfil, pero parecía un tipo agradable, lo que lo hacía desagradable para Víctor. El incidente no pasó a más.
Víctor comenzó a controlar más detenidamente toda la actividad de ella en redes. Hasta hizo un excel con todas las publicaciones y con quién más interactuaba. Durante un mes pudo mantener silencio con respecto a la vida en redes de Andrea hasta que un día, en la misma terraza del café en donde se conocieron, él le dijo que tenían que hablar de sus amistades en redes.
Uno por uno fue señalando perfiles de personas que él consideraba impresentables. Este señor de por ahí es un drogadicto, aquella muchacha de por allá era una libertina, este muchacho que parece agradable es en realidad un padre desobligado. Se pasó casi una hora exponiendo a todos los perfiles de personas que él esperaba que ella evitara. No esperaba que los bloqueara, solo esperaba que no interactuara con ellos. Se lo pedía por favor, porque a él verdaderamente le interesaba ella.
Andrea quedó totalmente sorprendida y un tanto asustada. No entendía nada, se gustaban, eso estaba claro, pero ese modo de control parecía enfermo, obsesivo y hasta cruel. Cualquier cosa que ella hiciera en redes estaba siendo juzgada y registrada. Y ahora tenía prohibido interactuar sin previa licencia. Parecía de chiste. Aún sorprendida, le dijo que si hablaba en serio. Víctor respondió con otra media hora de plática sobre cómo las malas amistades pueden arruinar cosas bonitas y por qué era mejor tomar distancia.
La cita no terminó bien. Víctor solo esperaba que ella entendiera, pero ella solo estaba asustada. A varios de los de la lista negra ella los tenía por amigos, alguno ocasionalmente flirteaba, pero no era frecuente. Al regresar a casa, no avisó que ya había llegado y apagó su teléfono hasta el siguiente día, cuando encontró mensajes privados de él en todas las redes sociales. Al principio era pidiendo perdón pero poco a poco se hicieron un tanto más agresivos.
Se lo contó a una amiga y ella le recomendó bloquearlo de todos lados. Así hizo. Él abrió otros perfiles e insistía. No se sabe cómo averiguó la dirección de su trabajo y se presentó a la semana. Justo a la salida la abordó. Le pidió perdón casi llorando, haciendo una escena lamentable. Llegó a casa a llorar, pero tenía decidido terminar con la situación ridícula.
Pidió a su hermano que se hiciese pasar por abogado. Le enviaron un acta notarial falsa con capturas de pantalla de los mensajes más locos a su correo electrónico. Le advertían que no se presentara más ni se acercara. Víctor envió algunos mensajes más que no fueron contestados.
Un mes después del último mensaje, Andrea se asomó al perfil de Víctor y vio una foto de un par de tazas de café en la misma terraza en la que por primera vez se encontraron.