La víspera de navidad salí muy cansado de mi trabajo en el supermercado. Ese día no llegaron un par de compañeros, varios clientes me gritaron porque los precios no coincidían, perdí dinero en la caja y me corté un dedo cuando colocaba producto. Por el camino de regreso me encontré a un vendedor callejero que vendía unos carritos y recordé que no le había comprado regalo a mi hijo Sebastián de seis años.
Después de comprarle el carrito al vendedor fui a la casa con ganas de dormir una semana completa. Por fortuna no tenía que ir al día siguiente a trabajar. Al llegar a casa Sebas me recibió con un gran abrazo. Estaba contento porque podía desvelarse hasta las doce e iba a quemar cuetes con sus primos. Su alegría me reanimó y busqué papel para envolverle el regalo. Mi esposa estaba muy bonita, contrastando con mi cara de muerto de cansancio.
Me bañé y arreglé porque llegarían a casa mi hermano y sus hijos. La íbamos a pasar en familia, la comida estaba lista. Me tomé un par de tazas de café para reanimarme. Me puse una vendita en mi dedo cortado. Ya no me dolía.
Pasamos la cena entre anécdotas y gritos del Sebas y sus primos jugando. Puse música vieja para recordar la adolescencia. Recordamos a mamá que había muerto cinco años atrás. Quemamos algunas luces antes de las doce. Conté que había sido un día duro en el trabajo y que el día siguiente libre me haría muy bien.
A las doce quemamos algunas luces que habíamos comprado e hicimos una oración. Nos dimos los abrazos y buenos deseos y luego a abrir los regalos. Yo recibí unos calcetines y una playera. Cuando Sebas abrió el regalo que yo le había dado, una gran sonrisa se le asomó a la cara.
—¡Es la mejor navidad de la historia! —, exclamó muy convencido.
Resulta que el carrito que le regalé aparecía en su caricatura favorita. No sé en dónde habría escuchado la frase de lo mejor de la historia, pero pensé en ese entonces que probablemente tenía razón.
El Sebas después creció mucho, durante la adolescencia tuvo sus épocas rebeldes pero siempre nos llevamos bien. Nació la Lupita varios meses después de esa navidad y él siempre se preocupó de ella como buen hermano mayor.
Pasó el tiempo y mi hijo cumplió 20 años. Una tarde Sebas estaba comiendo tacos en la calle con un par de amigos cuando un carro con vidrios polarizados se paró y de él bajaron un par de hombres que sin mediar palabra los balearon. Mi Sebas murió en el acto.
Ir a reconocerlo a la morgue fue lo peor que me ha pasado en la vida.
Después de su muerte puse mi vida en automático y me volví asocial durante un par de años. Nunca contestaba llamadas o mensajes de teléfono. Simplemente iba al trabajo y hacía mantenimiento a mi casa para estar siempre ocupado. Nunca había estado tan triste en toda la vida. Las fechas como cumpleaños y navidad fueron muy duras.
El hecho de haber tenido a la Lupita hizo que no perdiera el deseo de vivir porque ella era la motivación para ir a trabajar. También hubo apoyo de la familia y amigos. Con el paso de los años las navidades se han ido haciendo más livianas y no tan dolorosas como antes.
Aquella vez que Sebas dijo que era la mejor navidad de la historia, realmente lo era.
El tiempo pasó de nuevo y la Lupita tuvo un hijo. Esta próxima será la primera navidad en que él sabe qué está pasando y está ilusionado. Intentaré que su navidad también sea la mejor de la historia.