Ya casi al final de la jornada en el turno del call center en el que trabajé por un par de meses, entró una llamada de una anciana de 80 años que había hecho una orden por error. Una llamada normal que venía justo después de que un energúmeno me gritara por una hora porque el regalo de su hijo había llegado un día tarde y eso había hecho llorar al pequeño.
La mayoría de veces no ponía mucha atención a ese tipo de idiotas del teléfono, pero esta vez me había costado mucho trabajo permanecer profesional, como exige la empresa. Como no estaba insultando directamente o no me estaba atacando a mí ni había requerido supervisor, la llamada no podía cortarla o transferirla. No sé cómo hay gente que puede gritar durante tanto tiempo en el teléfono de esa manera a alguien que no tiene la culpa. Es como un ejercicio sádico que permiten las corporaciones para mantener las ventas.
A veces podés tener muchas llamadas normales pero un energúmeno como esos te arruina el día. No se lo tomen personal, dicen los instructores, lo cual es más fácil decir que hacer. La llamada del energúmeno terminó porque se aburrió al fin y cortó y de inmediato cayó la llamada de la anciana. Su voz pausada y su tono de real preocupación por algo que yo podía arreglar fácilmente me calmó.
La señora estaba preocupada porque al parecer había pedido un sofá que no necesitaba y que además no tenía cómo pagar. Le dije que no había problema y que iba a cancelar el pedido de forma inmediata porque ni siquiera se había terminado de procesar. Al pedirle su dirección para comprobar sus datos, ella me dio toda la dirección finalizando con un "Planeta Tierra". Sonreí inmediatamente, anulé el pedido y envié a su correo electrónico confirmación de la cancelación.
A pesar de su edad manejaba bien el internet y de inmediato vio el correo y me agradeció. Me contó que vivía con su hijo y su nuera, que era viuda y que su hijo recién se había recuperado del covid sin mayores complicaciones. Le dije que me alegraba mucho y lo dije sinceramente, como si la señora fuera una tía.
Como reconoció mi acento, me preguntó cómo estaba la situación de la pandemia en mi país y le dije que afortunadamente yo no había perdido a nadie muy cercano aunque sí había muerto mucha gente. Qué bueno que estás vivo, me dijo, y yo adiviné una sonrisa sincera al otro lado del teléfono.
—El Planeta Tierra es un buen lugar —dije a modo de conversación, casi al final de la llamada.
—Sí, a veces lo es.