Gaby, una niña de diez años pequeña y delgadita, se levanta temprano en la mañana del sábado para ir con su mamá a Monjas, Jalapa. El bus se tarda una hora en llegar desde Jutiapa, donde viven. Es su primer día de entreno con la brigada infantil de los bomberos; lleva su uniforme nuevo y una gran sonrisa en el rostro. Le pide a su mamá que le de el asiento de la ventanilla porque quiere ver cómo pasan las casas y las gentes y cómo se quedan atrás en el camino.
Al llegar mira las ambulancias y el edificio y piensa que algún día irá ella ahí para ayudar a alguien herido y la gente la va admirar.
Cuando llega la hora del entreno a ella le prueban el casco más pequeño que tienen pero le queda grande y se le va por un lado. Su mamá la mira divertida. Los demás niños y el instructor se ríen cuando al primer ejercicio se le cae el casco. Gaby, le dice el instructor muy serio, usted va a llevar esta manguera hasta donde está la pared. Tiene que hacerlo lo más rápido posible. La niña toma muy en serio el ejercicio y logra la aprobación del instructor.
Al finalizar el entrenamiento van a almorzar a la casa de una amiga de su mamá, que también tiene una hija que va a la brigada infantil. Gaby le cuenta a su mamá que lo que más le gustó fue entrar a la ambulancia e imaginarse que ella algún día rescatará al alguien, quizás a una niña, como aquella que se cayó al barranco la otra vez. Su mamá la mira y sonríe y le acaricia el pelo.
Gaby continuó yendo a la brigada infantil aunque no todos los sábados por las ocupaciones de su mamá. Le gustaba mucho ir y compartir con las amigas que había hecho ahí. Le dijo a su mamá que aparte de ser bombera también quería ser veterinaria.
Cinco años después Gaby está alojada en un hogar del Estado. Su mamá sigue viviendo en Jutiapa, pero algo sucedió, algo no muy bueno para la niña, y ella ahora no vive en casa. En ese lugar se reciben a menores de edad que han sufrido abuso o abandono. Cada vez que puede va a visitarla.
En el hogar las cosas no son buenas. Les dan mala comida, hay monitores que les pegan a niños y niñas, hay niñas y adolescentes violentas que también les pegan. Ha habido violaciones sexuales y se dice que a algunas niñas las han prostituido. Sus amigas a veces la defienden de otras niñas más grandes porque Gaby sigue siendo chiquita y delgada.
Un siete de marzo por la tarde la situación explota y las niñas se amotinan. El sector de niños también participa en el motín. Exigen que las dejen de maltratar y que les den comida en buen estado. Desesperados los monitores abren las puertas del hogar para que quien quiera escaparse lo haga. Más de cien niños y niñas corren hacia el pueblo más cercano y hacia el barranco. Gaby no quería escaparse, pero una amiga la convence y se une a la fuga.
Varias horas después, sin haber comido nada, la policía las atrapa y las reduce. A algunas las golpean porque se siguen resistiendo. Un policía le toca el trasero a una de ellas y se ríe. Gaby no se resiste, sólo pide que no le peguen. Las llevan de regreso al hogar y les dan algo de comer. Algunas desconfían y tiran la comida, sospechando que les echaron pastillas para dormir. Gaby tenía mucha hambre y se come todo. La encierran junto a otras cincuenta niñas en un dormitorio y les dan colchones para dormir en el suelo. Cansada, Gaby se duerme. Sueña que vuelve a Jutiapa con su mamá y que va de nuevo en bus a la estación de bomberos de Monjas y que mira por la ventanilla cómo pasan las casas y las gentes y cómo se quedan atrás en el camino.
A las siete de la mañana se despierta por la bulla de sus compañeras, les dan algo de desayuno pero Gaby prefiere seguir durmiendo un poco más. Después de terminar el desayuno las niñas se vuelven a molestar porque siguen encerradas bajo llave. No se sabe cómo, uno de los colchones agarra fuego y las llamas se expanden muy rápido. Las niñas empiezan a gritar, a suplicar que las dejen salir. Una mujer policía les dice que si fueron valientes para escaparse que ahora lo sean para aguantarse. Algunas desesperadas rompen vidrios. Gaby, aún somnolienta, se desmaya por el humo y su ropa se incendia.
Ella junto a otras 19 niñas muere en el incendio. La llave para abrir la puerta nunca apareció, quizás nunca quisieron abrir. Llegan los bomberos y en ambulancias se llevan al hospital a las que pueden. Ambulancias del seguro social también apoyan la emergencia. En los hospitales nacionales mueren en los siguientes días otras 21 niñas a consecuencia de las quemaduras.
En el velorio de Gaby su mamá recuerda ante la cámara de un reportero de televisión la ilusión de su hija por ser parte de los bomberos y de cómo se le iba por un lado el casco porque era pequeñita y delgada. El cuerpo de bomberos de Monjas la despide con honores. Cuando le preguntan por qué Gaby estaba en el hogar del gobierno y no en su casa, sonríe amargamente y dice que son cosas personales.
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Este relato está basado en el caso real de Ashely Gabriela Méndez Ramírez que murió un ocho de marzo de 2017 en la Tragedia del Hogar Seguro Virgen de la Asunción, en Guatemala. Murieron 40 mujeres menores de edad a causa de un incendio. La tragedia ha provocado indignación y dolor en la población y se exige justicia.