Así decidieron ponerle a su banda de rock unos adolescentes que ensayaban cerca de mi casa, en casa del baterista. Yo era amigo de su tío Manuel, quien vivía allí, y a veces miraba partidos de fútbol y tomábamos cerveza en su casa. Carlos se llamaba el muchacho baterista. Se preocuparon, por insistencia de mi amigo, de aislar un poco el ruido para no espantar a los vecinos. Tocaban death metal, así que la advertencia tenía sentido. El nombre de la banda me pareció al principio un juego adolescente.
El club de los suicidas estaba integrada por cuatro adolescentes y el más grande era Carlos. El bajista había estudiado en el conservatorio y el guitarrista había aprendido a tocar en la iglesia de su tío. Había un tecladista que también hacía de guitarrista según necesitara la canción. Los cuatro eran educados y como Manuel y yo teníamos diez o doce años más que ellos nos trataban con cierto respeto. Además a mi amigo le gustaba el metal, así que a veces los acompañaba en el ensayo. Sus ensayos eran generalmente en las tardes o noches del viernes o sábado. Se presentaban en algunos festivales abiertos.
Yo no soy seguidor del metal, pero por ellos conocí nombres como Children of Bodom, Carcass y Cannibal Corpse. A veces coincidían los partidos fútbol por la tele del sábado con los ensayo de El club de los suicidas. Por acompañar a Manuel a veces escuchaba un poco del ensayo, pero yo no simpatizaba mucho con esa música, así que no escuchaba mucho. Me acuerdo de que tocaban una canción de Britney Spears y me pareció divertido. Era una versión de Children of Bodom, me explicaba Carlos, a la que le habían añadido un par de riffs de guitarra para aderezarla a su gusto.
Tocaban en festivales en donde alternaban con otras bandas, y además en algunos conciertos propios porque rápidamente la banda se hizo de un buen nombre por la calidad musical de los integrantes. Tenían su propia página web, por ese tiempo comenzaban las redes sociales y por ahí convocaban a sus conciertos.
Carlos era el líder natural de la banda. Tenía un buen sentido del ritmo y a veces por las noches lo lograba escuchar ensayando jazz y hasta salsa, porque no era purista y le gustaba experimentar. La madre de Carlos se había ido a Estados Unidos y le enviaba una remesa de dólares para los gastos. El padre por su parte vivía con otra familia y la relación de Carlos con él no era buena. En la casa solo vivían él y su tío, mi amigo Manuel.
El club de los suicidas como banda despareció tres años después. El bajista se peleó porque según él no pasaban de tocar las mismas canciones y el guitarrista de pronto descubrió que el death metal podía ir en contra de sus principios religiosos. El tecladista simplemente se aburrió y se unió a un grupo de cumbia, merengue y salsa en donde ganaba dinero tocando en fiestas los fines de semana.
Carlos intentó varias veces resucitar la idea de los suicidas con otros músicos pero ningún intento duró más de seis meses. Comenzó a estudiar derecho en la universidad y sacaba buenas notas, según supe. Me caía bien Carlos, algunas veces nos acompañaba a ver partidos importantes por la tele a su tío y a mí, aunque eran pocos porque no era muy aficionado al deporte. Le llegué a tener cierto aprecio y en un par de ocasiones en que se quedó sin dinero me pidió prestado. Las dos veces me pagó en la fecha que prometió.
Fuera de la cerveza y la mariguana ocasional Carlos no consumía drogas. La gente relaciona erróneamente al metal con el abuso de drogas, pero la elección siempre es personal.
Cuando Carlos cursaba el tercer año de universidad su madre murió de cáncer en California, donde vivía. Carlos la fue a atender cuatro meses antes del deceso y según me contaba Manuel se comportó como un hijo ejemplar, atendiendo a su madre hasta el último minuto.
Regresó mal, en un estado depresivo lamentable. Acudió al psiquiatra y mejoró, pero nunca volvió a ser el mismo. Su novia intentaba ayudarlo y alegrarlo, pero nada funcionó.
Una vez lo abordé y le dije que su madre se había ido pero que la vida continuaba. No entendés, me decía, no es sólo eso. Mi madre se fue y eso fue triste, pero solo fue el detonante porque yo nací mal. Antes lograba actuar para vivir en sociedad, pero algo se descompuso dentro de mí, algo que no puedo explicar y ahora no sé qué hacer. Todo me hace sentir mal. Un día terminaré con todo.
No supe que decir, no podía entenderlo. Solo le pedí, casi que le rogué por el aprecio que le tenía, que fuera al psiquiatra y que se ayudara. Sonrió tristemente y dijo que gracias por preocuparme. Estaré bien algún día, dijo al despedirse.
La situación fue empeorando y Manuel no sabía qué hacer. Varias veces estuvo internado en un centro psiquiátrico con bonitas instalaciones, gracias al dinero heredado de su madre. Volvía mejor y yo lo visitaba y hasta hacía bromas y mirábamos películas y juegos de fútbol. Pero la mejoría no duraba mucho y volvía a su estado depresivo.
Fueron tres años de mejorías y recaídas hasta que un día Carlos se ahorcó colgándose de una de las vigas del techo de su casa. Era un final que nos temíamos con mi amigo, pero siempre de algún modo pareció inevitable. Dejó una carta para Manuel en la que indicaba que podía compartirla conmigo si quería. Nos agradecía las atenciones y la amistad, se disculpaba por el hecho de tener que lidiar con su cuerpo, pero que había previsto todo y que todo estaba pagado. Nos pidió que borráramos sus cuentas de email y de redes sociales.
Manuel me pidió que fuera yo quien las borrara. Al ingresar a su cuenta de facebook, queriendo yo encontrar alguna explicación que me dejara tranquilo vi que su último mensaje había sido en un grupo privado que se llamaba “El Club”. En mensaje decía que al otro día iba a estar bien, que al fin podría descansar. Tenía veinte likes. No quise ver más.