Cuando estaba en tercer año de secundaria entré a formar parte del coro del colegio, no porque me interesara tanto el arte sino para no volver a casa temprano por las tardes. Como era un colegio bilingüe, para fin de año había siempre una presentación especial con villancicos navideños en inglés. En el coro estaba Alicia, una muchacha bonita que era genial para cantar y de quien aprendí a entender y a disfrutar la música y la vida.
Nunca he sido muy entonado para cantar solo, pero puedo seguir a otros que canten, así que no hubo problema para adaptarme. Mi mamá estaba feliz de saber que yo era miembro del coro y no paraba de contárselo a la familia y a los amigos. Como nunca fui muy aplicado para estudiar, al tener una gracia como el canto dejaba de ser ordinario y esto la hacía sentirse orgullosa.
Durante la primera mitad del año tuvimos un profesor de música algo aburrido que nos hacía cantar música que no nos gustaba. Pero a mitad de año apareció la maestra Catalina una señora simpática con más energía que todos los del coro juntos. Disfrutaba mucho el canto y enseñar. Muchas de las canciones no las conocíamos, pero ella era tan entusiasta que nos contagiaba y nos terminaban gustando.
Alicia era de las alumnas más aplicadas y además tenía una gran voz. Era solista en varias de los temas que cantábamos. Antes de que yo entrara al coro apenas me saludaba, pero después siempre me preguntaba si iba a ir al ensayo y si había practicado en casa. Siempre le decía que sí. Creo que era condescendiente conmigo porque yo era el único que no andaba tras ella. Yo no andaba tras ella porque pensaba que igual no me haría caso, entonces para qué hacer la lucha. Ella no sólo era la mejor para cantar, era también una de las mejores estudiantes.
Lo que me gustaba de los ensayos era verla sonreír al cantar. Ella me explicó después que para poder sonreír y transmitir que te gusta la canción, primero debes aprendértela bien, debes dominarla. Y cuando la interpretas, tampoco te debes dejar llevar por el sentimiento, porque en la emoción puedes confundirte. A mí me lo decía, que apenas si podía afinar. Yo no entendía cómo desperdiciaba tan buenos consejos en un idiota como yo.
Un día que el ensayo terminó temprano me pidió que consiguiera cigarros y que fumáramos juntos. Fui a una tienda que quedaba cerca del colegio y fumamos en el patio. Era una tarde fresca, soleada. No había nadie, así que no había problema. El patio del colegio siempre estaba lleno de carros, y cuando se habían ido casi todos parecía enorme.
—Jorge, vos cantás lindo, tenés buena voz —me dijo de repente.
Yo me eché a reír y después le dije, Alicia, yo canto horrible, vos sos la que canta lindo y tenés la voz más preciosa que yo haya escuchado. Ella echó una bocanada al cigarro y sin mirarme me dijo, gracias. Nos terminamos el cigarro en silencio y después cada quien se fue a casa.
De bruto que fui no entendí que ella solo quería decirme algo bonito. Y que tal vez sí le gustaba mi voz, que más. A veces es más difícil recibir halagos que darlos, sobre todo cuando no creés merecerlos.
Cuando comenzamos a ensayar para el concierto navideño, nos hicimos un poco más cercanos. Alicia me ayudó un poco en álgebra cuando le conté que yo iba mal y mi papá había amenazado con pasarme a instituto público si no ganaba todas las clases. Yo a veces la invitaba a un cigarro.
La maestra Catalina nos puso a ensayar una canción que a todos nos gustó. Creo que nos gustó porque no era lo que siempre oíamos y porque ella realmente nos motivaba. Se oye lindo, decía, pero ustedes lo pueden hacer mejor. Para el concierto ella iba a traer a un grupo de jazz para que nos acompañara.
La primera estrofa iba así:
Let nothing you dismay
Remember Christ our Saviour
Was born on Christmas day
To save us all from Satan’s power
When we were gone astray.
—Alice, ¿ya viste qué gruesa esa canción?
—¿Por qué decís?
—Porque dice Satan’s power.
—Sho mejor.
Años después encontré en Youtube una versión muy parecida a la que cantábamos en el colegio. Las líneas de las estrofas se alternan entre voces masculinas y femeninas y en el coro se unen. Era como un diálogo. Alicia disfrutaba mucho y ella y yo nos mirábamos cuando cantábamos. Ella siempre encantadora, afinada y dueña de la canción. Yo haciendo lo mejor que podía. Ahora sí ensayaba en la casa al nomás llegar del colegio.
Una semana antes del concierto navideño, con el que también se cerraba el año escolar, Alicia me pidió que llegara su casa por la tarde, que era muy importante. Me dijo que el año entrante iba a irse a una escuela en Estados Unidos, porque su papá quería que estudiara allá. Me preguntó si la iba a extrañar, le dije que por supuesto, que cómo no.
Fumamos unos cigarros en su patio, en silencio. ¿Sabés una cosa?, me dijo después del silencio, dicen que sólo podemos querer realmente a cinco personas, que el cerebro no nos da para más. Vos sos una de esas personas. Vos sos muy especial para mí.
Me dio un beso torpe pero inolvidable en los labios.
En esa semana fui el hombre más feliz de la tierra. Le escribí un par de poemas malos, tan malos como pueden ser los de un adolescente iletrado enamorado. Llegaba todos los días a su casa y reíamos mucho y éramos felices.
Quiero que en el concierto cantés What child is this? para mí. Es una canción triste, me explicó, que no era de navidad. Fue una canción de amor que Enrique VIII le compuso a Ana Bolena. Yo también la voy a cantar para vos.
Para el concierto navideño Alicia usó un vestido negro muy elegante, se veía hermosa. Yo iba con un traje prestado, y ella me dijo al verme que me miraba cool. El ambiente en general era bueno, era el último día que nos veríamos los del coro y por todos lados los compañeros decían que nos iban a extrañar y todas esas cosas que se dicen los adolescentes que creen que todo es para siempre.
El grupo de jazz que la maestra llevó resultó ser bastante bueno. Cuando cantamos God rest you merry, gentlemen, en la parte que hablaba del poder de Satán yo hice muecas de diablito y casi hago que Alicia se confunda. Me lo reclamó después. Cantamos varias canciones tradicionales y casi al final cantamos What child is this?
Las dos últimas líneas del coro las cantábamos así:
And who but my lady Greensleeves
Como se supone que se la cantaba Enrique VIII a Ana Bolena hace 450 años.
Cuando terminó la canción rodaban lágrimas en las mejillas de Alicia. Yo tenía un nudo en la garganta, pero faltaban un par de canciones más, así que respiré profundo. Ella también lo hizo y se limpió las lágrimas. El bajista del grupo de jazz nos miró a los dos y se dio cuenta de todo. En un gesto solidario hacia mí, asintió la cabeza e hizo un guiño.
Después del concierto todo transcurrió muy rápido y no nos pudimos ver mucho. Compartimos en navidad y la pasamos bien. A los pocos días se fue y de común acuerdo no fui al aeropuerto a despedirla.
Cuando ya estaba instalada en Texas, el estado a donde fue, hablábamos mucho por chat y en un par de ocasiones en que regresó a Guatemala nos vimos. Pero ella poco a poco fue desconectando la relación y me quedé yo solo enviando mensajes y correos electrónicos que nunca contestó. Tal vez ni siquiera los leía. Por algo de cortesía, supongo, nunca me dijo directamente que dejara de escribirle.
Supe que había seguido con la música y formaba parte de un importante coro. Yo por mi parte aprendí a tocar el bajo y ocasionalmente toco en un grupo de jazz. El año pasado terminé la universidad. Supongo que ella también.
A veces, cuando escucho en temporada navideña What child is this?, vienen los recuerdos bonitos de aquella época. Otras veces, como hoy que escuché de nuevo esa canción con un coro de adolescentes, siento un dolorcito sordo en el pecho y un nudo en la garganta que, joder, cómo cuesta que se alivie.