Después de trabajar por cinco años en la empresa me ascendieron de jefe de ventas a gerente general. No me ilusionó mucho el ascenso porque ya la empresa estaba en las últimas, habían despedido a la mitad del personal y las ventas bajaban todos los meses. Cuando tomé el puesto yo calculaba que a la empresa le faltaba un año para quebrar, si no era antes. Tomé algunas medidas administrativas necesarias, pero decidí que en el tiempo que nos restaba en la empresa a mis compañeros y a mí, la íbamos a pasar bien.
Deseché varias líneas de productos y me deshice de clientes. A la tercera semana la carga de trabajo se había reducido bastante. Compré un futillo y una mesa de ping pong usados y los coloqué en la oficina. Uno de los empleados trajo una tele para ver partidos de fútbol. A los que terminaban sus tareas temprano los dejaba salir antes. Reduje los informes y las sesiones al mínimo. El ambiente de la empresa cambió y los empleados estaban contentos.
Mi intención era crear un ambiente relajado para los meses que durara la empresa. ¿Para qué afanarse si el final ya estaba decidido?
Éramos doce empleados, tres vendedores y el resto de fijo en la oficina. Al que le tenía un gran a precio era al contador, don Cecilio, un hombre a quien yo consideraba muy cabal.
Don Roger, el accionista mayoritario, casi ni se asomaba y cuando lo hacía, era solo para ver los números de ventas, y me decía que faltaba poco, que me dejaba de tarea encontrar la mejor manera de liquidar la empresa sin perder tanto. Como tenía mucho dinero y además estaba en otros proyectos grandes que le estaban dando más dinero todavía, no prestaba demasiada atención.
Con lo que yo no contaba era con que las ventas empezaran a subir. Creo que algo hablaron entre los vendedores y el encargado de compras y se pusieron a trabajar en serio. La subida de ventas empezó a ser interesante. Para el sexto mes desde que asumí el puesto de gerente, los números comenzaron a convencer a don Roger. Parecía que podría haber más vida para la empresa. Con don Cecilio el contable hablamos del tema y ambos estábamos sorprendidos.
Yo no le encontraba explicación al asunto hasta que decidí investigar a fondo sobre las ventas. Eran dos empresas las que compraban casi todo y de ahí era de donde venía el dinero. Sin embargo, las empresas eran de cartón, no había gente en ellas cuando yo mismo las visité. Un día seguí a la salida al encargado de compras y me llevé una sorpresa. Se estaba reuniendo con don Roger a mis espaldas. Y todo me quedó claro, estaban lavando dinero en mis narices y yo iba a cargar con las culpas si algo malo sucedía.
Así que renuncié al día siguiente y me preocupé de que mi nombramiento fuera revocado y mis firmas en cuentas borradas. Me asesoré con un amigo abogado para verificar que realmente yo quedaba fuera de la empresa sin responsabilidad legal. Salí de la empresa y me sentí realmente libre, aunque ahora empezaba la angustia del desempleo. Me despedí de don Cecilio y le reiteré mi aprecio y admiración a su trabajo y honestidad.
Me deprimí un poco porque la rutina de trabajo sirve para rellenar el tiempo y cuando de pronto eres libre te quedas solo con tus pensamientos, tus temores y tus demonios. No sabía qué hacer. Tuve que tomar antidepresivos por un par de meses. Por fortuna el desempleo sólo duro ocho meses y luego me vi en otra empresa.
Volví a saber de mi empleo anterior cuando recibí una llamada de don Cecilio, que había tomado mi puesto. Me hizo algunas preguntas generales sobre mi nuevo trabajo, y me invitó a almorzar al siguiente día para platicar. Tenía que decirme cosas importantes.
Durante la noche estuve cavilando sobre qué podría ser tan importante como para llamarme. No dormí bien.
Cuando nos reunimos al fin para el almuerzo, vi a don Cecilio desmejorado y flaco, ni la sombra de lo que había sido. Me contó, casi sin introducción, que la empresa siempre había lavado dinero, pero que durante mucho tiempo había ventas reales que camuflaban las movidas. No fue sino hasta que las ventas reales empezaron a bajar que se hizo más evidente el lavado. El ministerio público ya había intervenido la empresa y congelado cuentas. Habían sido descubiertos y probablemente algunos irían a la cárcel.
La reunión era para contarme que mi firma no había sido borrada de un par de cuentas y que alguien la había falsificado en varios cheques después de mi salida. Se me heló todo el cuerpo de pensar las consecuencias de todo esto. Don Cecilio me dijo que debía regresar a mi antigua oficina a firmar documentos en donde hiciera constar que ya no estaba en la empresa para salvarme. Me asusté como no tienen idea.
Sin embargo después de consultar con mi abogado me recomendó no ir a ninguna parte ni firmar nada. Si surgía algo legal habría que afrontarlo, pero no sabíamos si en realidad había firmas mías. Era mejor esperar.
Días después, vi por la televisión a algunos de mis ex compañeros de trabajo y a don Cecilio, presos y acusados de lavado de dinero. Pasó algún tiempo y no recibí ninguna llamada ni citación. Supongo que ya no sabré nada más, pero la ansiedad me ha causado insomnio y el doctor me ha dicho que tal vez debería tomar ansiolíticos. Por las noches a veces sueño que tocan a la puerta y van a arrestarme.