Una tarde de domingo encendí la televisión y busqué una película. Encontré una protagonizada por un par de actores desconocidos y me quedé viéndola. Tenía tareas domésticas pendientes, pero decidí hacer caso a la pereza y me preparé unos poporopos y los acompañé de una gaseosa. En la película de la tele pasaba lo que se espera de las películas, y todo hubiera sido normal si no fuera porque –de alguna manera misteriosa–, estaba repitiendo mi vida, casi suceso por suceso.
Al principio no me di cuenta, pero conforme avanzaba la película me fijé en que todo eso que pasaba en pantalla yo ya lo había vivido. El personaje masculino se había caído de la bicicleta a los ocho años y había perdido dos dientes, sus padres se habían divorciado cuando tenía diez y su hermana mayor había muerto en un accidente cuando él tenía doce años. Exactamente como había pasado en mi vida. En la guía del cable no había mayor información de la película, salvo los nombres de los actores y el director. Busqué en Google con mi teléfono, pero no encontré nada.
Seguí viendo la película, cada vez más intrigado. Se repetían, a la misma edad, mi primera novia, la graduación del colegio, el accidente en moto y mi viaje a Madrid. El actor que hacía de mí me pareció más guapo que yo, algo que me alivió, de manera insensata. Quizás a él no lo dejara su mujer, quizás a él no lo acusaran de fraude en la empresa, tal vez podría ver a su hijo más seguido.
Pero no fue así, la película siguió transmitiendo con fidelidad mis escasos momentos de gloria y la mayoría de mis fracasos. Me alegré de nuevo cuando vi el instante en que obtuve mi primer empleo y cuando me hice novio de la mujer con quien me casé. Cuando nació mi hijo en la pantalla casi grité de la emoción. No estuve muy de acuerdo con la música que escogieron para la película, y aunque no conocía las canciones, me parecieron que era más del gusto de mi ex mujer.
Fue especialmente doloroso volver a vivir la muerte de mi padre. Volví a llorar tanto o más que cuando sucedió y me sentí de nuevo muy solo. Lo del fraude en la empresa me causó mucho enojo, más al saber que había sido mi jefe el que me había echado la culpa de todo, cuando fue él quien se había llevado el dinero.
Cuando noté que la película se acercaba al tiempo presente dejé de verla. Por un poco de morbo la puse a grabar en el disco duro de la caja del cable. Salí a caminar, ya era casi noche. Caminé sin rumbo por un período que calculo de dos horas. Cuando me fijé estaba lejos de casa, en una calle oscura, no sabía dónde. Por fortuna iba pasando un taxi que me llevó de regreso. No recordaba nada del camino de ida y aún ahora no recuerdo a dónde fui a parar esa noche.
No pude dormir, por supuesto. Había vuelto a ver mi vida pasar por la tele, y había entendido muchos de mis errores. También había entendido que los errores de la vida no son sólo malas decisiones de un momento, a veces es el miedo y los prejuicios los que nos dominan.
Al día siguiente tuve la intención de ver el final de la película pero no tuve el valor. Por la noche me llamó mi ex mujer para contarme que mi hijo me quería ver. Por supuesto, cuando quieras, le respondí. Quedé de ir a traerlo al colegio para compartir la tarde con él. Esa llamada me alivió del desasosiego con que me había dejado la película.
Pedí permiso en la oficina y pasé una bonita tarde con mi hijo en el parque. Una señora me miró muy feo cuando en un arranque de entusiasmo me subí al resbaladero y me deslicé dando gritos como hacía mi hijo.
Cuando fui a dejar a mi hijo con su mamá como cosa rara ella me hizo pasar a tomar un refresco. Yo iba muy sudado de la tarde, pero no se quejó del olor como otras veces. Estaba sospechosamente cordial y su nuevo marido no estaba en casa. Hablamos de cosas del trabajo a manera de entablar conversación, hasta que ella preguntó como sin querer si yo no había visto alguna película rara el domingo a la tarde. Sonreí, incliné la cabeza hacia abajo y me peiné con la mano izquierda. Por supuesto que la había visto.
Ella tampoco se había atrevido a ver el final. Sin embargo la versión que ella había visto se centraba en el personaje femenino a quien le había pasado todo lo que ella había vivido. También para ella había sido muy sorprendente ver pasar su vida en la pantalla. Le conté que había dejado grabando la película, que tal vez habrían pistas también para ella. Platicamos un momento más y me despedí de ella y de mi hijo.
Al regresar a casa fui a buscar la caja del cable para ver el final de la película. Sin embargo no había nada grabado. No sé si fui yo el que hice las cosas mal o el aparato el que no funcionó, pero no había ninguna película grabada. Solo estaban los programas que yo había dejado grabando en días anteriores, pero que no me había puesto a ver.
La llamé un par de días después, y le conté que probablemente por error mío no había grabado nada. Ambos coincidimos en que había sido mejor así. Hablamos un buen rato por teléfono y al final quedamos de acuerdo en que haríamos lo posible para llevarnos mejor y así poder vernos sin rencores, en tranquilidad. Le ofrecí disculpas por haberme portado grosero algunas veces cuando iba por mi hijo y le prometí no volver a hacerlo.
Y esa noche, después de mucho tiempo, logré dormir y descansar bien.