Llevo doce años soñando el mismo sueño. Es un sueño continuo, es decir, al dormirme por la noche y empezar a soñar, el sueño sigue en el punto en que se quedó la noche anterior. Es como si viviera otra vida adentro del sueño, por episodios, todas las noches. Al principio era curioso y lo disfrutaba, pero ahora me gustaría haber soñado otras cosas como toda la gente, e inclusive, nunca haber soñado. En esa otra vida, la que vivo en sueños, la otra noche estaba muriendo.
En algún punto de mi niñez pensé que al cumplir 25 años debía ya haber alcanzado las metas que regularmente te enseña la sociedad que son buenas: una profesión universitaria, un buen trabajo, una casa, una buena esposa. Todo eso debía yo alcanzar a esa edad para considerarme exitoso. Sin embargo, al llegar a esa edad yo no tenía nada de ello, era sólo un empleado de menor categoría en una tienda de un centro comercial. Pasaba todas las horas posibles adentro del centro comercial y llegaba a casa agotado; la universidad había quedado para más adelante. Vivía en una pensión barata. Mi novia me había dejado el día anterior a mi cumpleaños veinticinco después de seis años juntos.
Al cumplir la edad en que había pensado haber alcanzado todas mis metas no había conseguido nada. Era un total fracaso. Al ir al comercial el día de mi cumpleaños y atender a un cliente furioso por un detalle menor, pensé en que era posible que yo me quedara para siempre en ese puesto de trabajo que odiaba. No lo odiaba porque yo lo considerara indigno o inhumano, sino porque me parecía aburrido en extremo. Ir todos los días a un solo lugar y hacer lo mismo una y otra vez. Luego regresar a casa, prender la tele, comer y dormir. Y así todos los días.
Ese día, el de mi cumpleaños veinticinco, empecé a soñar otra vida. Otra vida en donde había conseguido todo lo que soñaba, en donde yo era el ganador. Mientras en el día yo me aburría a morir en el trabajo, por la noche era un eminente ingeniero que manejaba una gran empresa. Tenía todo lo que había querido. En sueños.
Soñar otra vida aliviaba mi sensación de fracaso. Pero en la vida en sueños también había dificultades. Flujos de efectivo apretados, préstamos, planillas, trabajadores problemáticos, impuestos. Dinero había, eso sí, y mucho. Tenía una mujer hermosa,
Ana, a quien sólo veía por las noches y algunos domingos. Pero era feliz, esa vida era un sueño, esa vida era la que había querido siempre, la que de alguna forma se me había escapado.
Tuve dos hijos con Ana, eran dos niños lindos. Iban a los mejores colegios. Vivíamos en un condominio exclusivo y alternábamos con gente de la alta sociedad. Sin embargo, esa vida a pesar de ser atractiva no es fácil. Nadie dijo que sea fácil vivir cualquier vida, pero vivir tras la constante persecución del dinero y del lujo suele ser estresante. Porque siempre hay otro que tendrá más, que será mejor. Siempre habrán otras empresas más grandes, otros gerentes más hábiles con mujeres más hermosas y niños más lindos. Siempre los hay.
Mientras tanto, en la vida real yo llegué a administrar una pequeña tienda de electrodomésticos y me casé con una de las vendedoras, que se retiró para trabajar en casa y cuidar a los niños. Mis amigos y familia eran normales, los que siempre había tenido. No tenía grandes posesiones, vivía al día, alquilando casa. No tenía carro, andaba en moto. Tuve dos niños lindos que iban a escuelas públicas. Todas las grandezas las vivía en sueños.
Tenía un amigo, Eduardo, a quien le conté de mi sueño. Siempre preguntaba por Ana. Una vez celebrando su cumpleaños nos emborrachamos en un bar nudista y me dijo, no sé si en broma o en serio, que se masturbaba recordando a Ana, mi mujer de los sueños. Yo lo miré serio y le dije que yo también. Ambos nos reímos como idiotas y aplaudimos eufóricamente a la nudista de turno. Una mujer totalmente ficticia había entrado en la mente de una persona ajena.
Los años fueron pasando y seguía viviendo dos vidas. Cada una con sus problemas diarios, reales y ficticios. Mi matrimonio de la vida real lo iba llevando más o menos, pero el del sueño fue decayendo. Ana conoció a otro tipo y yo conocí a otra mujer. Y entonces sucedió que a los doce años de haber empezado a soñar con otra vida por las noches, el sueño se convirtió finalmente en pesadilla. Atrás quedaron los éxitos y la gloria. Una mala movida en la empresa la hizo quebrar, Ana se marchó con el otro y yo me quedé solo, derrotado. Mis hijos se fueron con mi mujer. Fue doloroso ver cómo perdía todo lo que había soñado.
Caí en depresión tanto en sueños como en la vida real. Ahora en lugar de esperar la noche para seguir soñando, quería dormir lo menos posible para no enfrentarme con esa ficción onírica que me había inventado mi subconsciente. Durante el día llevaba una vida normal, sin mucho brillo, pero vivía relativamente tranquilo. Por las noches la situación era angustiante. Acreedores, juzgados, mi familia y mi mujer en contra de mí. Por la prensa me llamaban estafador. Me habían salido abundantes canas en menos de un año. Estaba acabado. Parecía que alcanzar los sueños no era como lo pintaban.
Habrá quien piense que soy un exagerado, que al fin y al cabo sólo es un sueño. Seguro que sabrían qué hacer en mi lugar, no lo dudo. Lo cierto es que me pasa a mí y no sé cómo manejarlo, no conozco a nadie a quien le haya pasado algo similar ni sé para dónde ir. Nunca he confiado en los sicólogos. La situación se fue haciendo peor, hasta que un día quise terminar con mi vida de sueños. Es sólo un sueño, morirme ahí no significaba morirme en la vida real. Lo que pasaría con mis sueños después de la decisión me inquietaba bastante, pero pensé en que soñaría otra cosa o simplemente dejaría de soñar. Los problemas de la vida soñada me preocupaban de día y no me dejaban en paz.
Así que en un arrebato me tomé todos los antidepresivos y calmantes que tenía en casa y me acosté en mi cama a esperar el fin. Desperté con la idea de que esa noche finalmente iba a ser libre y que dejaría de soñar o soñaría otras cosas, como toda la gente normal. Sin embargo no fue así. Por no sé cual motivo Ana regresó a casa y me encontró tirado, muriendo, y me llevó a la emergencia todavía vivo. Pasé un par de semanas internado en el hospital, cuidado por Ana. Al salir del hospital me di cuenta de que las dos vidas, la de los sueños y la del día a día, necesariamente tenían que coexistir. No puede haber la una sin la otra. Comprendí que ni en una soy un fracasado ni en la otra soy exitoso, y que al fin y al cabo los sueños, sueños son.