Juventino López, un tipo simpático de menos de treinta años, lleva seis meses sin empleo. Todos los lunes y los jueves revisa minuciosamente los clasificados de la prensa para seleccionar algunas ofertas, ir a dejar currículums y esperar. Casi todas las semanas ha tenido entrevistas. Siempre le dicen que lo llamarán si logra pasar la revisión. En ocasiones lo llaman para hacer una segunda prueba. Quedan de llamarlo, pero igual, no llaman. Un día lee un anuncio y decide llamar. Lo atiende la señorita Lupita, y lo cita para una entrevista por la tarde.
El anuncio dice que el trabajo es de media jornada y que es de trabajos de oficina. No piden más que sexto primaria, lo que a Juventino le va bien porque no terminó el bachillerato. El anuncio ya lo había visto en otras ocasiones, pero siempre le pareció que no era algo real, que debía haber trampa. Pero como nadie lo ha llamado para contratarlo, pues no tiene nada que perder, piensa, mientras se arregla para la entrevista.
Cuando no está buscando empleo, Juventino se las arregla como puede. Compra dulces en el supermercado y se sube a los buses a venderlos. Le hace mandados a sus familiares. Hace limpieza en la iglesia a donde va los domingos. Con esos y otros mil oficios consigue pagarse la comida y la habitación en donde vive. Muchas veces come en los comedores públicos porque la plata no le rinde.
Juventino vino de Patulul, su pueblo natal, a la capital al nomás cumplir los 18 años. Pensó que lograría dinero y fortuna. Siempre ha trabajado duro, pero aún así, apenas logra sustentarse. A los 23 años se puso a vivir con una muchacha que trabajaba en una maquila. Fue feliz. Pero a los dos años ella desapareció de un día para otro. La buscó por todos lados, y al fin, después de un mes de búsqueda, la halló en una morgue. Había sido violada y asesinada. Estaba embarazada. Fue un gran golpe para Juventino, que se deprimió y por algún tiempo se dio a la bebida. Unas compañeras de su mujer le contaron, tiempo después, que en el trabajo ella tenía un amante que había sido sicario. Juventino prefirió no creerles. Después de reponerse del golpe probó suerte con dos mujeres más, pero los celos no lo dejaban tranquilo y al poco tiempo de juntarse lo dejaron.
A pesar de su mala suerte, Juventino no dejó de ser un tipo agradable. Hacía de todo lo que le ofrecieran hacer desde albañilería y policía privada, hasta instalaciones eléctricas. Lo que le molestaba era estar siempre en la incertidumbre de no tener un empleo fijo, de tener un salario. Por eso irá a la entrevista con la señorita Lupita, que se escuchaba amable por el teléfono.
Al llegar al lugar indicado pregunta por la señorita Lupita. Una muchacha, que no es Lupita, pero que tampoco le dice su nombre, le pregunta si va a la entrevista y lo hace pasar. Es en el tercer nivel, le indica. Hace calor. En los descansos de las gradas hay mujeres sentadas en bancos de plástico. Le indican que debe seguir subiendo. Al llegar al tercer nivel un hombre gordo sudoroso, le indica que entre al salón. Juventino pregunta por Lupita, pero el hombre le dice que entre, que ahí será la entrevista, que no se preocupe por la señorita Lupita.
En el salón hay unas cincuenta personas sentadas. Un pizarrón verde muestra algunas anotaciones hechas con yeso blanco. Hace calor y se respira el vaho sudoroso de la gente, a pesar de los ventiladores que tienen funcionando. Juventino busca lugar y espera. Casi todos han llegado acompañados y aprovechan para platicar. Muchos se abanican con las hojas de la prensa. Casi toda la gente es de la clase de Juventino: sirvientas, conserjes, vendedoras de jugos, vendedores ambulantes. En las filas de adelante hay un tipo que mira extrañado a todo el mundo. Viste con un buen traje y parece universitario. Dos filas atrás de Juventino hay un par muchachas que tampoco se parecen a la gente que está en el salón. Delgadas, bien peinadas, con bonitos vestidos. Ellas también están desconcertadas, así como el tipo del traje.
Minutos después entra al salón un tipo joven que lleva un traje que le queda grande.
—¡Buenas tardes! —dice en voz alta.
La gente responde el saludo con un murmullo.
—¡No les escucho! ¡Dije buenas tardes! —dice el tipo alzando la voz.
—¡Buenas tardes! —responde al unísono toda la gente.
Juventino se da cuenta de que hay mucha gente que ya estuvo antes en esa entrevista. El tipo del traje grande dice que en la empresa todo mundo será bienvenido, no importa que no tengan dinero y no hayan estudiado. Porque las personas que tienen dinero y son muy estudiadas, dice el tipo del traje grande, son muy creídas y desprecian a todos los demás que no tienen dinero ni estudios.
—¿No es cierto que los ricos son creídos? —pregunta a la audiencia.
—¡Sí! —responde a coro la gente.
—Pero nosotros no somos creídos —dice el tipo—. En esta empresa todo mundo es bienvenido.
La gente que está en el salón aplaude. El tipo del traje grande sigue con su discurso alabando a la gente humilde y denostando a los ricos y a los estudiados. Dice que por eso es que no piden que se tenga estudios para lograr un puesto en la empresa, porque confían en la gente. La gente aplaude. Juventino también termina por aplaudir, emocionado.
El tipo del traje grande les dice que todavía no les va a indicar de qué se trata el trabajo, porque quiere conocerlos antes. Sin embargo, dice, les voy a adelantar algo. Escribe en el pizarrón lo siguiente, lo que se espera que las personas hagan:
Provocar el desplazamiento de 80 fragancias al mes.
Les indica que sólo eso les adelantará por el momento. Van a hacer una prueba, y van a quedar descartados los que saquen una nota menor a 60, pero también van a descartar a los que saquen más de 85, porque esos son los creídos. Y no queremos creídos en nuestra empresa, queremos gente normal, trabajadora, como ustedes. Mientras dice esto, mira de reojo al tipo del traje y a las muchachas bien vestidas. La gente aplaude. Juventino también.
—Los que no estén de acuerdo con esto, pueden salir en este momento —indica, haciendo una pausa.
Salen del salón el tipo del traje y las muchachas delgadas.
Al cerrar la puerta, el tipo de traje grande pregunta si hay alguien más que quiera irse. No hay nadie más. Le dice al grupo que seguro que esas personas que salieron eran creídas, y que a ese tipo de gente no las quiere la empresa. Les indica que deberán pasar una prueba de dos semanas, en las cuales se les dará una capacitación. Como es capacitación, el tiempo no será pagado. Esto no le convence a Juventino. La gente aplaude.
El tipo del traje grande les dice que ahora procederán a hacer la prueba. Sale del salón para ir por las pruebas. La gente murmura quejándose del calor y abanicándose con las manos o con el periódico. Unos dicen que esta vez esperan pasar la prueba. Entra el tipo del traje grande, cargado de cuadernillos de papel. La prueba consiste en una serie de preguntas de selección múltiple. Algunas sumas y restas, preguntas básicas sobre ciencias naturales o estudios sociales. Juventino sabe algunas respuestas, de lo que se acuerda de sus estudios de primaria. Los resultados estarán listos mañana por la mañana, los esperamos de nuevo aquí, dice el tipo del traje grande.
Juventino regresa al siguiente día. Obtuvo un 75, pasó la prueba, está feliz. Lo hacen pasar a un salón en donde están los que aprobaron. Ya no está el tipo del traje grande, ahora hay alguien que se presenta como instructor. El instructor les dice que les va a revelar qué harán para obtener el empleo. Les dice que recibirán capacitación sobre un gran producto, unos perfumes que la gente se muere por comprar. Sólo tienen que vender ochenta fragancias en un mes y el puesto es suyo. Deben hacer una inversión y comprar de su propia bolsa las fragancias. Una gran inversión, porque la gente se muere por comprarlas. Después de lograr las ventas que harán, podrán optar a un empleo de medio tiempo, así como ofrecía el anuncio, además de ganar dinero. Es una gran oportunidad. Juventino, entusiasmado, hace cálculos. Debe ahorrar para hacer la inversión y obtener el empleo, pero se decepciona, porque tardaría demasiado en obtener el dinero y no quiere prestarle a nadie. Respira profundo, otro empleo que no es para él. Mañana buscará de nuevo.
El anuncio dice que el trabajo es de media jornada y que es de trabajos de oficina. No piden más que sexto primaria, lo que a Juventino le va bien porque no terminó el bachillerato. El anuncio ya lo había visto en otras ocasiones, pero siempre le pareció que no era algo real, que debía haber trampa. Pero como nadie lo ha llamado para contratarlo, pues no tiene nada que perder, piensa, mientras se arregla para la entrevista.
Cuando no está buscando empleo, Juventino se las arregla como puede. Compra dulces en el supermercado y se sube a los buses a venderlos. Le hace mandados a sus familiares. Hace limpieza en la iglesia a donde va los domingos. Con esos y otros mil oficios consigue pagarse la comida y la habitación en donde vive. Muchas veces come en los comedores públicos porque la plata no le rinde.
Juventino vino de Patulul, su pueblo natal, a la capital al nomás cumplir los 18 años. Pensó que lograría dinero y fortuna. Siempre ha trabajado duro, pero aún así, apenas logra sustentarse. A los 23 años se puso a vivir con una muchacha que trabajaba en una maquila. Fue feliz. Pero a los dos años ella desapareció de un día para otro. La buscó por todos lados, y al fin, después de un mes de búsqueda, la halló en una morgue. Había sido violada y asesinada. Estaba embarazada. Fue un gran golpe para Juventino, que se deprimió y por algún tiempo se dio a la bebida. Unas compañeras de su mujer le contaron, tiempo después, que en el trabajo ella tenía un amante que había sido sicario. Juventino prefirió no creerles. Después de reponerse del golpe probó suerte con dos mujeres más, pero los celos no lo dejaban tranquilo y al poco tiempo de juntarse lo dejaron.
A pesar de su mala suerte, Juventino no dejó de ser un tipo agradable. Hacía de todo lo que le ofrecieran hacer desde albañilería y policía privada, hasta instalaciones eléctricas. Lo que le molestaba era estar siempre en la incertidumbre de no tener un empleo fijo, de tener un salario. Por eso irá a la entrevista con la señorita Lupita, que se escuchaba amable por el teléfono.
Al llegar al lugar indicado pregunta por la señorita Lupita. Una muchacha, que no es Lupita, pero que tampoco le dice su nombre, le pregunta si va a la entrevista y lo hace pasar. Es en el tercer nivel, le indica. Hace calor. En los descansos de las gradas hay mujeres sentadas en bancos de plástico. Le indican que debe seguir subiendo. Al llegar al tercer nivel un hombre gordo sudoroso, le indica que entre al salón. Juventino pregunta por Lupita, pero el hombre le dice que entre, que ahí será la entrevista, que no se preocupe por la señorita Lupita.
En el salón hay unas cincuenta personas sentadas. Un pizarrón verde muestra algunas anotaciones hechas con yeso blanco. Hace calor y se respira el vaho sudoroso de la gente, a pesar de los ventiladores que tienen funcionando. Juventino busca lugar y espera. Casi todos han llegado acompañados y aprovechan para platicar. Muchos se abanican con las hojas de la prensa. Casi toda la gente es de la clase de Juventino: sirvientas, conserjes, vendedoras de jugos, vendedores ambulantes. En las filas de adelante hay un tipo que mira extrañado a todo el mundo. Viste con un buen traje y parece universitario. Dos filas atrás de Juventino hay un par muchachas que tampoco se parecen a la gente que está en el salón. Delgadas, bien peinadas, con bonitos vestidos. Ellas también están desconcertadas, así como el tipo del traje.
Minutos después entra al salón un tipo joven que lleva un traje que le queda grande.
—¡Buenas tardes! —dice en voz alta.
La gente responde el saludo con un murmullo.
—¡No les escucho! ¡Dije buenas tardes! —dice el tipo alzando la voz.
—¡Buenas tardes! —responde al unísono toda la gente.
Juventino se da cuenta de que hay mucha gente que ya estuvo antes en esa entrevista. El tipo del traje grande dice que en la empresa todo mundo será bienvenido, no importa que no tengan dinero y no hayan estudiado. Porque las personas que tienen dinero y son muy estudiadas, dice el tipo del traje grande, son muy creídas y desprecian a todos los demás que no tienen dinero ni estudios.
—¿No es cierto que los ricos son creídos? —pregunta a la audiencia.
—¡Sí! —responde a coro la gente.
—Pero nosotros no somos creídos —dice el tipo—. En esta empresa todo mundo es bienvenido.
La gente que está en el salón aplaude. El tipo del traje grande sigue con su discurso alabando a la gente humilde y denostando a los ricos y a los estudiados. Dice que por eso es que no piden que se tenga estudios para lograr un puesto en la empresa, porque confían en la gente. La gente aplaude. Juventino también termina por aplaudir, emocionado.
El tipo del traje grande les dice que todavía no les va a indicar de qué se trata el trabajo, porque quiere conocerlos antes. Sin embargo, dice, les voy a adelantar algo. Escribe en el pizarrón lo siguiente, lo que se espera que las personas hagan:
Provocar el desplazamiento de 80 fragancias al mes.
Les indica que sólo eso les adelantará por el momento. Van a hacer una prueba, y van a quedar descartados los que saquen una nota menor a 60, pero también van a descartar a los que saquen más de 85, porque esos son los creídos. Y no queremos creídos en nuestra empresa, queremos gente normal, trabajadora, como ustedes. Mientras dice esto, mira de reojo al tipo del traje y a las muchachas bien vestidas. La gente aplaude. Juventino también.
—Los que no estén de acuerdo con esto, pueden salir en este momento —indica, haciendo una pausa.
Salen del salón el tipo del traje y las muchachas delgadas.
Al cerrar la puerta, el tipo de traje grande pregunta si hay alguien más que quiera irse. No hay nadie más. Le dice al grupo que seguro que esas personas que salieron eran creídas, y que a ese tipo de gente no las quiere la empresa. Les indica que deberán pasar una prueba de dos semanas, en las cuales se les dará una capacitación. Como es capacitación, el tiempo no será pagado. Esto no le convence a Juventino. La gente aplaude.
El tipo del traje grande les dice que ahora procederán a hacer la prueba. Sale del salón para ir por las pruebas. La gente murmura quejándose del calor y abanicándose con las manos o con el periódico. Unos dicen que esta vez esperan pasar la prueba. Entra el tipo del traje grande, cargado de cuadernillos de papel. La prueba consiste en una serie de preguntas de selección múltiple. Algunas sumas y restas, preguntas básicas sobre ciencias naturales o estudios sociales. Juventino sabe algunas respuestas, de lo que se acuerda de sus estudios de primaria. Los resultados estarán listos mañana por la mañana, los esperamos de nuevo aquí, dice el tipo del traje grande.
Juventino regresa al siguiente día. Obtuvo un 75, pasó la prueba, está feliz. Lo hacen pasar a un salón en donde están los que aprobaron. Ya no está el tipo del traje grande, ahora hay alguien que se presenta como instructor. El instructor les dice que les va a revelar qué harán para obtener el empleo. Les dice que recibirán capacitación sobre un gran producto, unos perfumes que la gente se muere por comprar. Sólo tienen que vender ochenta fragancias en un mes y el puesto es suyo. Deben hacer una inversión y comprar de su propia bolsa las fragancias. Una gran inversión, porque la gente se muere por comprarlas. Después de lograr las ventas que harán, podrán optar a un empleo de medio tiempo, así como ofrecía el anuncio, además de ganar dinero. Es una gran oportunidad. Juventino, entusiasmado, hace cálculos. Debe ahorrar para hacer la inversión y obtener el empleo, pero se decepciona, porque tardaría demasiado en obtener el dinero y no quiere prestarle a nadie. Respira profundo, otro empleo que no es para él. Mañana buscará de nuevo.