Por mucho, la mujer más fascinante que conocí en la vida fue Cecilia. La combinación perfecta de belleza e inteligencia. Era cinco años menor que yo pero parecía que hubiera vivido cinco vidas, porque hablaba fácilmente de literatura y de arte, dominaba cuatro idiomas, y guardaba una equilibrada opinión política. En su adolescencia estuvo en el equipo nacional de gimnasia. Era extraordinario ver a una mujer tan bella y grácil hablar con propiedad sobre cualquier tema. Y todo esto sin dejar de tener una vida sentimental aventurera, a veces dramática. De eso puedo dar testimonio porque la conocí una noche en un bar, cuando seducía a un tipo que más bien parecía narco.
Cecilia era una guapa morena clara, de cabello liso a altura de los hombros, ojos verdes y un cuerpo hermoso moldeado por algunos años de gimnasia. Era imposible que esa mujer no llamara la atención. Lo sorprendente era entrar en contacto con ella y observar que no solamente era inteligente, sino además culta. Hay mujeres bellas y tontas o bellas e inteligentes, pero casi siempre sin mucha cultura. En general la gente se ocupa de su profesión u oficio, pero no mucho más. Una abogada exitosa puede ser fascinante hablando de sus casos, pero fuera de ahí, no tiene nada que decir.
El día que la conocí yo andaba en un bar de la zona viva tomando con unos cuates. Ella estaba en una mesa con un tipo con planta de narco, tomando whisky caro. Se divertía, pero no porque se sintiera atraída por el tipo, sino porque el hombre estaba literalmente a sus pies. Podría haberle dicho que se pegara un tiro y él lo hubiera hecho. Yo los observé y lo supe. Por un instante ella me miró complacida, como cuando un pintor muestra una obra maestra.
Sin embargo el tipo ya con una buena cantidad de licor, se hizo insoportable. Con la prepotencia de los que se sienten importantes sin serlo, empezó a hacer desplantes a los meseros y a los hombres de la mesa contigua. Ella entonces le dijo que se iba y caminó decidida hacia la puerta. El la quiso seguir, pero entonces la mujer hizo una de sus tantas movidas maestras: fingió conocerme, y me pidió que la acompañara al parqueo. El tipo no supo qué hacer, se quedó con los brazos extendidos, los ojos entrecerrados y la quijada un poco caída.
Así que iba yo con esa belleza camino al parqueo, cual perro guardián. En la puerta del parqueo me dijo sin mucha ceremonia que gracias, que había sido muy amable. Me dio la mano, se volteó y fue directo hacia su carro. Por casualidad yo estaba también en el mismo parqueo así que entré por el mío y me fui también. Ni loco regresaba al bar con ese narco adentro. No sucedió como en las películas en donde la doncella rescatada le da un beso y una sonrisa al héroe. Nada que ver. Simplemente había sido útil y nada más.
Cuando al mes siguiente se presentó en la oficina como auditora y asesora financiera, la miré y no pude menos que sonreír. Ella por supuesto se acordó de mí, pero como toda una profesional no se inmutó y me extendió la mano, dándome los buenos días y diciendo mucho gusto de conocerlo. Mucho gusto licenciada, respondí. Cuando le tocó llegar a auditar mi sección tuve ocasión de recordarle el incidente. Me pidió disculpas y me dijo que desde que me había visto sabía que yo era un tipo tranquilo y cuando el otro se puso pesado, pues no lo pensó mucho y me buscó para hacerle el favor. Le dije que no diría nada en la oficina. Lo sé, me contestó, por eso no te lo pedí, pero te lo agradezco.
Durante el tiempo que hizo la auditoría, llegaba por ella un tipo alto y atractivo, en un Volvo del año. Tenía los dientes más blancos que he visto. Si a mí me hubiera dado en esta vida por ser gay, ahora que está de moda, pues me le lanzo al tipo. A ella sin duda le gustaba, pero me dijo que no estaba enamorada, y el tipo sí de ella, lo que era algo incómodo. Un día de estos me aburro de él y termina todo. Mientras tanto, me dijo muy seria mirándome a los ojos y sonriendo, están buenas las cogidas. Me hizo sentir como el amigo gay del que se espera que celebre con chillidos cada gracia de las mujeres bonitas. Por supuesto que no le celebré nada.
Fue la única vez que me habló de esa manera. La mayoría de veces la plática con ella era interesante. Había leído el Quijote entero. Había leído a Borges y lo entendía. Dos hazañas que es raro ver en cualquier persona. Pero la Ceci no era cualquiera, como ya les conté. Le gustaba el bossa nova y le encantaba la música de piano. Ella siempre tenía sonando algún mp3 raro, pero bueno. Nunca repetía música.
El día anterior a la entrega de su informe, no llegó el tipo del volvo nuevo. Ella estaba seria. Me quedé con ella en el salón de reuniones preparando la presentación del día siguiente, y al finalizar el trabajo, como a las diez de la noche, me dijo que me invitaba a un trago, que me lo debía de la vez anterior. Fuimos a un bar cercano al edificio en donde trabajo y bromeamos muy a gusto. No sé si fue que esa vez ella andaba con las defensas bajas o estaba ovulando o qué se yo, pero terminamos en un motel. Esa mujer sabía trucos señores, vaya si no. Yo sólo tuve que seguir la corriente. Nunca había tenido a una mujer así. Eso sí, una vez terminado el trabajo, cada quien a su casa. Nada de que me mandás un mensajito para ver si llegaste bien.
Al día siguiente, como era de esperarse, se presentó impecable y profesional. La felicitaron por la presentación, y a su firma de auditores la contrataron por dos años más. Intenté abordarla al final de la reunión, pero sólo se limitó a sonreír cortésmente y a despedirse. La busqué en Google y en el Facebook, pero no estaba. Lo que encontré, después de un tiempo de andar buscando, fue su perfil en LinkedIn. Creé mi perfil en esa cosa y le mandé una solicitud para ser contacto de ella, pero nunca respondió.
Ya hace algún tiempo de todo aquello. Recién me enteré de que en estos días comenzará la auditoría de este año. Pregunté si ella vendría a hacer la auditoría, pero el que está a cargo es un tal licenciado Ponce. Lo más probable es que ella haya ascendido o esté en otra empresa más grande. Que se junte siempre con tipos de volvos nuevos y que se acueste a veces, como por despecho o aburrimiento, con otros perdedores como yo, en otra parte, en otro lugar, en otra dimensión.