El contable Víctor Valdez acaba de recibir su pago de fin de mes. No puede creer que hayan tantos descuentos. Mira una y otra vez el detalle y vuelve a hacer la suma con su calculadora, pero no encuentra errores. Saca de la gaveta de su escritorio el detalle de cobro de la tarjeta de crédito y hace cuentas en una hoja de excel. Ingresa datos, hace sumas totales y mira la triste realidad: otro mes que pagará el mínimo en la tarjeta de crédito. Una creciente desesperación lo envuelve y somata su escritorio con un puño.
¡Pero si este mes no gasté nada!, piensa. ¡Hice economías por todos lados, no salí en la noche, no comí nada afuera, no fui al cine con mi mujer, no saqué a los niños a pasear! ¡No es posible! Víctor hace de nuevo las sumas de su excel, pero los números siguen fríos y ajenos a sus penas. Se han acumulado dos mil quetzales sólo de intereses. Empieza a rememorar cómo fue que acumuló toda esa deuda. Todo empezó con las vacaciones en el puerto cuando terminó el año escolar.
Durante todo el año escolar Víctor se la pasó ofreciéndoles a los niños unas vacaciones en el mar si ganaban todas sus clases. Llegó el final de año, los niños sacaron muy buenas calificaciones y él quedaría como un mentiroso si no cumplía. Entonces utilizó la tarjeta de crédito y empezó el martirio. Las vacaciones fueron geniales, el mar, las piscinas, los juegos. Unas tardes soleadas y la brisa del viento al anochecer eran recuerdos que quedarían para siempre en las mentes de los niños. Pero había que pagarlas, la buena vida también tiene un costo.
La tarjeta de crédito fue el espejismo que hizo posible lo que hubiera quedado en sueños. Víctor piensa que debió haber hablado con sus hijos, quizás comprenderían que era mejor no ir para no caer en deudas. Pero recuerda también cómo muchas veces de niño él se quedó sin vacaciones, sin bicicleta y sin el carrito a contro remoto que tanto le pidió a papá. Por eso no quiso negarle el gusto a sus hijos. Si como decía el pastor de la iglesia los domingos, que la verdadera cuenta está en el cielo, con ese viajecito la cuenta del cielo debería estar alta.
El jefe de Víctor se acerca al escritorio y le pide que se calme, que no quiere volver a escuchar que somate su escritorio de nuevo. Que se puede ir a su casa a somatar lo que quiera, si quiere, pero aquí está en el trabajo. Le deja un leitz con documentos para procesar, deben estar ingresados al sistema antes de la hora de salida. Mejor que se vaya apurando y dejando sus problemas para más tarde. Víctor resopla malhumorado, y pide disculpas entre dientes. Toma el leitz y revisa los documentos. Facturas, recibos, detalles de cobro, a quién le interesan. Vuelve a su hoja de Excel.
Hace una proyección de varios meses, suma intereses y moras y descubre que no podrá pagar si no obtiene ingresos extras. Piensa en que mejor ya no gastará nada en la tienda de la empresa. Intenta conservar la calma. Recibe una llamada de su mujer recordándole el libro de la nena, que debe entregar tareas en el colegio y todavía no lo tiene. Víctor responde de mal humor y al despedirse no dice el yo también con que siempre se despide de su esposa. Al colgar se lleva las manos a la cara y no se explica en qué estaba pensando cuando puso a sus hijos en colegios tan caros.
Deberá aceptar el empleo como catedrático de computación por las noches y las clases de contabilidad los fines de semana. No pagan mucho, pero no hay otra forma. O tal vez entrarle al negocio de Amway, pero, ¿a quién le va a vender? Nadie que él conociera compraba ese tipo de cosas. Además se trataba de vender membresías en lugar de producto. Comprar aquel kit fue un error. Pero es que se miraban tan contentos los presentadores en las reuniones, todo parecía tan real.
Con los ingresos extras por las clases, Víctor rehace su excel. Ahora parece que sí logrará pagar sus deudas. Recuerda que también le debe a su hermano, a su mamá y a una prima. ¿Por qué es tan difícil tratar de vivir más o menos bien? Cierra los ojos y piensa en la pequeña Dani, y sonríe. Todo por ella, no hay que darse por vencido. Hay que pensar positivo.
Llama a su primo, el que le ofreció el empleo por las noches. Acuerdan empezar la próxima semana. Luego llama al colegio en donde trabajó el año pasado de interino dando clases de contabilidad los fines de semana, y pregunta si sigue existiendo la oportunidad. No, ya no hay oportunidad, pero tal vez exista la posibilidad de una cátedra de historia y literatura o de estadística, llame la próxima semana.
Como no puede resolver nada más, toma el leitz, hace una oración y empieza su trabajo. Las teclas de la computadora vuelan, mientras sus pensamientos están con la Dani. A cada tanto mira la foto de su familia en su escritorio. Todo por ellos. Finaliza su día de trabajo con mejor humor. Aunque cansado, ya no siente la angustia de la mañana, cuando hacía cuentas.
En el camino de regreso a casa recibe una llamada del banco, el operador le ofrece una nueva tarjeta de crédito. Duda un momento, pero acepta dar sus datos y piensa en que con dos tarjetas quizá pueda hacer malabares para pagar menos intereses. Al entrar a casa la Dani lo recibe con un gran abrazo y con un beso, y con la noticia de que el dvd de la película de Alvin y las ardillas se arruinó. Durante la cena Víctor mira a sus hijos y a su mujer, y piensa en que si llegara a fallarles no se lo podría perdonar. De nuevo le entra la angustia poco a poco y se vuelve a poner de mal humor. Ya no pronuncia palabra en lo que resta de la cena.
Al terminar de comer, en silencio, se sienta en el sofá de la sala a ver la tele. La Dani se acerca y se sienta en sus piernas. Mientras Víctor ve las noticias y piensa en todo el trabajo duro que tendrá que hacer durante el año, la Dani se queda dormida. Cinco minutos después, él también.