En el carrusel del parque Xetulul Amelia da vueltas junto a su padre. Es una tarde soleada y agradable, ya casi dan las cinco y la gente empieza a salir del parque para regresar a su casa o al hotel. El parque está lleno pero para Amelia sólo existe el carrusel, papá y el vals que suena de fondo. Montada en un caballito ríe con toda la despreocupación de sus cinco años y una infancia segura. Dieciséis años después, en ese mismo carrusel ya deteriorado y con poca gente, ella escucharía con gran llanto ese vals, y recordaría aquella tarde.
Amelia volvió hoy a ese parque para encontrar un poco de consuelo. Una semana atrás se enteró de que está embarazada. El padre es un tipo casado, y lo primero que dijo cuando le contó sobre su embarazo fue que se fuera a la mierda. Ella sabía que el hombre era así, sin embargo se dejó llevar por las palabras bonitas, los buenos regalos, los buenos hoteles y restaurantes, y unos ojos negros un tanto misteriosos. Ahora está ahí frente al carrusel, escuchando el vals, pensando en que sería bueno poder platicar con su papá. Acababa de cumplir doce cuando su padre se durmió al volante y se fue a embarrancar junto a su madre, muriendo los dos. Una tragedia.
El carrusel luce deteriorado y contrasta con las remodelaciones que ha tenido el parque. Quizás algún gerente nostálgico lo conserva como recuerdo. Hay un par de niños en el carrusel mientras Amelia es un mar de lágrimas en la banca que está al lado. Al terminar su turno los niños bajan y el carrusel queda solo. El operario es un tipo en sus cincuentas, algo gordo, canoso e inexpresivo. Sin embargo es amable con Amelia y le ofrece una vuelta gratis. Ella se limpia las lágrimas y acepta.
Al arrancar el juego Amelia vuelve a sentir el aire fresco de hace dieciséis años. Hace una tarde como entonces. Al ritmo del vals los caballitos suben y bajan, y ella vuelve a recordar la sonrisa de su papá.
—Ame, ¡agarráte bien hombre, te vas a caer! Si no te agarrás bien, ya no te vuelvo a traer.
—Vaya papi.
—Eso, así mero.
Le parece como si volviera a vivir aquella tarde. A pesar del calor de siempre en la costa sur de Guatemala, hace una pequeña primavera en el ambiente, como esa vez. Es ella, el carrusel y sus recuerdos. Es increíble cómo el juego todavía está ahí con la misma música. Como si hubiera estado esperando por ella todo este tiempo. Ahora piensa que un día habrá de ir con su hijo a algún carrusel con caballitos y quizá cuando crezca su hijo él también la recuerde con cariño.
El operario pacientemente accede a darle varias vueltas más de gratis. Sobre esos caballitos ya no se siente sola y le parece que al voltear a ver ahí está su papá de nuevo.
—Nena, ya te dije que te agarraras bien. Hacé caso.
—Sí papi.
—Yo te lo digo porque te quiero mucho, no por molestar.
Traer a un ser humano al mundo. Tan lejos que le parecía a Amelia todo esto hace un año. Ahora tendrá que enfrentarse a la responsabilidad y aún no sabe bien cómo. La fe mueve montañas, dicen, si ella cree, todo saldrá bien, piensa. Hay que confiar en que Dios no la dejará sola. ¿Qué diría su hermano y sus tías? ¿Cómo pudo caer con semejante tipo? A veces con las decepciones amorosas se bajan las defensas y cae uno, piensa Amelia. ¿Dónde estará Rodrigo ahora?
Rodrigo era su novio hace dos años. Un día se pelearon porque él fue solo a una fiesta donde se vería con una muchacha que le gustaba. Amelia rompió con él, no oyó explicaciones, ni ruegos, ni serenatas, ni nada. Después tuvo varios novios pero ninguno la llenó, ninguno era tan detallista ni tan amable ni tan divertido como Rodrigo. Pensó entonces en hablarle y volver, pero nunca tuvo valor para hacerlo. Anduvo dando tumbos de aquí para allá, empezó a ir a discotecas y a fiestas hasta toparse con el padre de su bebé. Tres meses anduvo con él para todos lados. La embarazó y la rechazó. El embarazo le había hecho caer en la cuenta de que su locura ya no podría seguir.
Bajó del carrusel más aliviada, su angustia había cedido. Agradeció al operario y caminó por el parque sin rumbo. Pensó entonces en enviarle un mensaje de texto a Rodrigo, saludando, tal vez no era mala idea. Con suerte podría pedirle perdón. No volvería con ella y menos embarazada, pero al menos lo saludaría y sabría de él. O tal vez mejor no, para qué. Al final le envía el mensaje: hola, llamame porfa.
Amelia regresa a su casa, que queda a un kilómetro del parque. En el camino ve salir a familias felices, novios de la mano y viejitos caminando con dificultad. Ya es de noche cuando recibe la llamada de Rodrigo, casi temblando contesta el celular. Él la saluda amable -para su sorpresa- y entonces ella lo cita para el día siguiente en el parque Xetulul. Quiero verte de nuevo, saludarte y saber cómo estás, le dice. Y ése es mi lugar favorito.
Al siguiente día hace una tarde estupenda. Amelia está linda, su pelo largo perfumado y su vestido blanco flameando al viento reciben a un sonriente Rodrigo. Se abrazan como se abrazan las parejas que se han extrañado mucho, como si nada hubiera pasado, como si no hubiera existido el tiempo en que no se vieron.
—Estás un poco gordo, Rodri —observa Amelia.
—No, sólo estuve yendo al gimnasio.
—En ese gimnasio como que venderán carnitas porque estás gordito —responde Amelia poniendo su dedo índice en la barriga de Rodrigo—. Pero no importa, estás lindo.
—Vos estás preciosa.
Se suben como niños a todos los juegos del parque y al final Amelia le pide ir al carrusel. Ahí está el operario de ayer y sonríe al verla contenta y resplandeciente. Un leve viento refresca el caluroso ambiente.
—¿Sabes una cosa vos Rodri? —interroga Amelia—. Me gusta cuando en medio del calor de la costa pasa un vientecito fresco, es como una pequeña primavera. Demos una vuelta en el carrousel.
Mientras dan vueltas montados en los caballitos, todo parece bueno, todo está genial. El operario los mira un poco celoso, pero no está molesto. Amelia sonríe y prefiere olvidar todo y a todos esa tarde. No le contará a Rodrigo sobre su embarazo. ¿Para qué arruinar una tarde tan bonita contando una verdad inútil en ese momento? No siempre es buena idea decir la verdad. Y ahí mismo traza un plan para quedarse con Rodrigo para siempre.
Al finalizar la tarde deciden irse del parque y dan un paseo en el carro por la carretera. Amelia asoma su rostro sonriente al viento, un sol anaranjado en el horizonte la ilumina. No hay nada mejor que el rostro de una mujer bella y feliz en una tarde primaveral. Al entrar la noche cenan hamburguesas en un restaurante de comida rápida.
—No quiero ir a mi casa —dice Amelia—. Quiero ser tuya toda la noche.
Tres semanas después de andar por todos lados como locos enamorados, Amelia le dice a Rodrigo que está embarazada. No hay duda.
—Vamos a ser padres Rodrigo. ¿Te casarías conmigo?
Un mes después llegaría el casamiento. Decidieron no hacer fiesta y en lugar de ello pasearon un mes entero por todo el país, solos. Todos los días después del encuentro en el Xetulul fueron felices, los mejores. Pero ya la panza le crece y Amelia duda sobre si decir o no la verdad. Ella le pide a Dios todos los días que la ayude y la ilumine, que no permita que Rodrigo la deje.
Y Dios parece hacerle caso, porque un tiempo después, antes de que ella cumpliera los siete meses de embarazo, Rodrigo tuvo que irse del país para trabajar en Costa Rica. Ella dijo que se quedaría para que el niño fuera guatemalteco y que después irán los dos a su encuentro. Rodrigo aceptó.
Quién sabe si de veras existen los milagros, pero el niño increíblemente se parece a Rodrigo. Sólo Amelia y el padre del niño saben la verdad. A veces, cuando el padre del niño toma licor, cuenta la verdadera historia, para deleite de sus amigos. Sobrio niega todo.
Amelia está segura de que su fe la salvó, porque la fe, según dicen, mueve montañas. Pedid y se os dará.