Una noche un tipo agobiado por las deudas y los celos fue al edificio en donde trabajaba su esposa, disparó a un guardia y tomó como rehenes a más de 40 personas de un call center que operaba en el quinto nivel. Pedía hablar con el hombre que andaba con su mujer y una computadora portátil con conexión a Internet. Cuatro horas y media más tarde, liberó a todos los rehenes y se entregó, después de que su esposa lo hizo entrar en razón. Imaginemos cómo fue la historia detrás de la noticia.
Imagine el lector a un hombre que lo ha perdido todo, su dinero y su mujer. Hace algunas semanas le llegaron notificaciones de varios juzgados por deudas que no ha pagado. Su mujer, de la que está separado, según los rumores, anda de amante con otro. Así que, desesperado, decide que matará a su mujer y a su amante. Pero falta un detalle: no conoce al tipo.
Durante días estuvo contemplando la posibilidad de eliminarlos, así no iría a la cárcel por las deudas, sino por haber salvado su honor. Había que hacerlo de manera distinta, iría al lugar de trabajo de Beatriz y exigiría que si el otro era tan hombre, que se presentara y le hiciera frente. Armaría un escándalo y llevaría explosivos para que la policía lo tomara en serio y no se metiera.
Como había prestado servicio militar conocía el explosivo C-4, que es tan estable que incluso se le puede disparar sin que explote, ya que sólo lo hace con un detonador especial. Mientras planificaba su venganza el agobio desaparecía, ya no temía tener que enfrentar juicios por deudas y se imaginaba el sufrimiento de su mujer y su amante, suplicando piedad. Se sentía poderoso, y embriagado por ese poder pensaba que era una especie de justiciero que toma venganza con su acción por todos los hombres ofendidos por la traición de una mujer. Sin duda los traicionados entenderían bien y hasta aplaudirían su acción cuando vieran la noticia en los periódicos.
La semana anterior a su ataque fue al edificio en donde trabajaba su mujer, quiso darle una última oportunidad. La abordó antes de ingresar a su trabajo y pidió que le dijera quién era su amante, pero ésta no hizo caso y siguió caminando hasta desaparecer por la puerta de ingreso. El regresó a su casa y continuó con su plan.
Luis Fernando recordaba que cuando la conoció todo fue muy bien, se habían llevado de maravilla desde el principio. El día más feliz de su vida había sido cuando se casaron, una fiesta memorable, en donde todo se hizo como ella quería. Si se había metido a deudas, era tan sólo por complacerla, por darle siempre lo mejor, porque por nadie había sentido él nada parecido. Era un sueño convertido en realidad haberla hecho su mujer.
Pero Beatriz había cambiado mucho en los últimos tiempos. De la alegre muchacha que había conocido no quedaba mucho, y cuando ella le pidió la separación, empezó su locura. Había hecho todo para complacerla, la había intentado querer como le salía, pero eso no era suficiente, ella lo abandonaba. Quizás sus atenciones habían sido demasiadas, tal vez si hubieran tenido hijos, tal vez aquellas parrandas con los cuates, tal vez fue aquella vez que le pegó sin querer…
A veces Luis Fernando pensaba que si ella tan sólo le dijera que lo había querido de veras y que guardaba un buen recuerdo, sería suficiente para aliviar su dolor y seguir adelante. Pero no podía soportar la derrota, no podía aceptar la idea de que ella ya estuviera con otro mientras él seguía queriéndola como un loco. Y entonces continuaba con su plan, ella sería de él o de nadie más, su honor, su orgullo, no serían pisoteados.
Miró el calendario y escogió la fecha: lunes seis de octubre. Seis había sido siempre su número de la suerte, en día seis se había casado, en día siete caía su cumpleaños. Siendo lunes, la noticia se comentaría durante toda la semana, y más gente alrededor de todo el mundo se enteraría del agravio del que había sido objeto.
El lunes seis entonces desayunó abundante. Durmió poco la noche anterior, pero durmió bien. Se rasuró con cuidado, se puso su camisa favorita. Por la mañana visitó a su mamá y por la tarde fue al cementerio a visitar a su papá. Había que despedirse, porque no sabía lo que iba a pasar. Cuando se miró por última vez al espejo, antes de salir para el lugar de trabajo de su mujer, se miró serio y se dijo para sí mismo que tenía que hacerlo. Había que hacerlo. Era necesario.
Salió de su casa alrededor de las 5.30 de la tarde y llegó al edificio una hora después. Manos a la obra, se dijo. Ingresó al edificio y cuando el policía de turno quiso verificar si no llevaba armas y le pidió su identificación, Luis Fernando lo golpeó, lo desarmó y le disparó en una pierna. Amenazó con matarlo y le pidió que lo llevara al quinto nivel en donde estaba el call center. Cuando llegó al lugar entró gritando que quería ver a Beatriz y a su amante, que llevaba explosivos y que no se moviera nadie si no querían morir. Todo mundo entró en pánico, las llamadas de clientes que en ese momento se atendían quedaron interrumpidas por un silencio colectivo desolador. Alguno por ahí le decía que agarrara la onda, pero Luis Fernando gritaba con más furia que quería ver a su mujer y al amante de ésta. Beatriz sintió una mezcla de miedo y lástima al verlo en ese estado, al ver a qué extremo había llegado su desesperación. Pensó que sería su fin, el de ambos.
Al principio cualquier cosa que ella dijera era respondida a gritos. Cuando unos bomberos quisieron entrar a hablar con él, disparó al aire para ahuyentarlos. Quería sí o sí ver de frente al amante de su mujer. Ella le respondía que no lo iba a hacer llegar, que la matara a ella si quería, pero que nadie más debía pagar. Él reclamaba su infidelidad y le decía que tendría la culpa si todo el mundo moría en el edificio, que lo que quería era que apareciera el tipo.
Lo que no había calculado bien Luis Fernando es que en esto de los secuestro masivos hay que ocuparse de los secuestrados. Que si van al baño, que si están enviando mensajes de texto por celular, que si quieren llamar por teléfono a escondidas, que si quieren conectarse a internet. Empiezan las mujeres a tener desmayos y esas cosas. Así que un par de horas después de su ingreso tuvo que entrar un socorrista para asistir a alguna por ahí que sufría un ataque de pánico.
Después de las primeras dos horas de secuestro masivo, la tensión bajó y entonces Luis Fernando habló más serenamente con Beatriz. Ella insistía en que debía dejar salir a toda la gente, el problema es entre vos y yo Luisfer. Él no quería ceder, si cedía era como si ella estuviera ganando la partida. Algunos hombres empezaron a hacerse señas y a enviarse mensajes de texto por el celular para ponerse de acuerdo y someter al agresor al menor descuido. Pero Luis Fernando había mostrado que era capaz de disparar y estaba loco, así que había que esperar.
Cuando se llegaron las tres horas de tensión, Luis Fernando ya no miraba todo tan claro. Beatriz le había insistido en la liberación de todo el mundo, que sólo se quedaban ella y su hermano, que también trabajaba en el lugar. Que no iba a hacer llegar a nadie más. Luis Fernando empezaba a sentirse cansado, y quería salir de ahí, pero ya estaba en graves problemas.
Beatriz empezó entonces a recordarle sobre los buenos tiempos. ¿Te acordás Luisfer de aquella cena en el restaurante de carne asada? Estábamos los dos muy contentos y después me contaste que recordabas mi sonrisa cada vez que sonaba una canción que sonó esa noche. Era la primera vez que salíamos juntos y a pesar de que era invierno (y vaya invierno el de aquel año), esa noche no llovió. El otro día escuché esa canción y me dio nostalgia. La pasamos muy bien Luisfer, pero las cosas no funcionaron. Yo te quise mucho, fui feliz con vos. Pero ya no se puede, entendélo.
Luis Fernando se ablandó. Pidió que salieran los rehenes, todos quedaban libres, dijo. Se quedó a solas con Beatriz. Recordaron algunas anécdotas, como aquella vez que querían ir a pasear y terminaron sólo comiéndose un choripán en una gasolinera, porque el lugar a donde iban estaba cerrado y no había ninguna película buena en el cine. Cómo estaba de rico ese choripán. En algún momento hasta se rieron de la situación. Mirá la mulada que hice vos Bea, ahora sí ya me pisé. Nunca quise a nadie como a vos, pero todo lo hice mal, todo lo eché a perder. Y ahora aquí, haciendo el ridículo a nivel nacional.
Se abrazaron y finalmente salió Beatriz del lugar. Momentos después saldría Luis Fernando con las manos arriba y los policías descubrirían que no llevaba ningún explosivo. La computadora portátil que había pedido era para enviar un correo electrónico a algún periódico, para que todos supieran su versión de la historia. La computadora llegó, pero el correo nunca fue enviado.