Algunas alumnas ofendidas no aceptaron la invitación del catedrático de matemáticas a comer pizza. Dicen que lo único que quiere el ingeniero es levantarse a alguna por ahí. Pero la mayoría sí fue, unas atraídas por el ingeniero -un tipo en sus 30s, inteligente y de buen ver-, y otras sólo por no quedar mal, porque quién sabe, si te va quitando puntos el tipo por el desaire, no conviene. El catedrático les dijo que era algo que siempre hacía con todos los grupos, no piensen mal. No obstante, no invitó a los alumnos. El profesor universitario pensaba que con algo tenía que compensar su mal salario, y entre las muchachas habían un par al menos que estaban como para hincarles el diente.
Así que después de clases, un viernes, las alumnas y el catedrático salieron a la pizzería que quedaba cerca de la universidad. Los alumnos miraban con desconfianza al catedrático que se llevaba a sus mujeres con clara ventaja, apartándolas del salón de clase para generar ocasión de ataque. Las alumnas iban contentas con su catedrático favorito, qué más daba si se quería aprovechar de alguna de ellas ¡que le aproveche a quien le toque!, dijo una.
Pidieron pizza y bebidas y se formó un círculo de competencia alrededor del ingeniero: todas querían llamar su atención, todas querían conversar en exclusiva. Por ahí algunas no se acercaban demasiado porque no sabían si lo que hacían estaba mal, pero ante el entusiasmo de las demás se acercaban y participaban de la conversación.
—No me llamen ingeniero Solórzano, llámenme Estuardo, por favor había dicho el catedrático al iniciar la noche.
Les contó su historia de cómo llegó a tener una maestría habiendo nacido de una familia muy pobre. Por un momento conmovió a las mujeres, cuando se le llenaron sus ojos de lágrimas al recordar cómo su madre hacía oficios domésticos hasta padecer de un dolor intenso de espalda. Recordó también las humillaciones que cierta gente le propinaba, hay que ver a algunas señoras cómo humillan a las sirvientas, sólo por ser pobres, y el domingo están en la iglesia somatándose el pecho.
Entre momentos serios, risas y conversaciones varias, transcurrió la cena. El catedrático sacó su repertorio de anécdotas curiosas de México y de Estados Unidos, en donde había vivido algunos años. A las alumnas les brillaban los ojos porque no podían creer lo simpático e inteligente que era el hombre. La más atrevida era Claudia, una muchacha regordeta, que se sentó estratégicamente a la par del ingeniero y se recostaba en su hombro cada vez que podía. ¡Tan ocurrente que sos, Estuardo!, le decía.
Olivia, una morena de pelo corto y minifalda, era la que estaba al otro lado se abrazaba al brazo del catedrático, y celebraba sus chistes. ¡Este Estuardo!, decía con voz chillona y pegándole una palmada suave al ingeniero. Alejandra, una de las bonitas, sólo lo miraba un poco de lejos, y mientras él contaba alguna anécdota se detenía para mirarla a los ojos, como si a ella le estuviera contando en exclusiva su historia. Paola, la bonita que se había quedado lejos, se empezaba a aburrir porque no podía llamar la atención, no porque le atrajera el profesor, sino porque estaba acostumbrada a mayor atención. De vez en cuando el catedrático la miraba y se lamentaba que esa belleza estuviera fuera de su alcance.
Una de las primeras preguntas de la noche fue si Estuardo era soltero. Se quedó en silencio un momento y dijo, sí. Había estado a punto de casarse pero su novia lo había traicionado, y desde ese entonces, diez años más tarde, aún no encontraba mujer que lo hiciera ilusionarse de esa manera. Parecía que estaba condenado a no encontrar ese gran amor que dicen que todos encuentran. Las alumnas suspiraron, viéndolo tan tierno. Todas le dijeron que no, que seguro encontraría alguien en su vida, tenía todo para lograrlo, decía Claudia, sos muy inteligente y guapo Estuardo, decía Olivia. Alejandra sonreía coqueta y decía que alguien como él no se quedaría solo, mientras el catedrático le devolvía una sonrisa confiada.
La pizza se fue acabando poco a poco al igual que la plática. Al terminar la cena, las alumnas se quedaron con la sensación de que algo más sucedería. El catedrático dijo, como por descuido, que esa noche iría con sus amigos a tomar unas cervezas por ahí. Las muchachas dudaron, pero al fin se apuntaron a ir con él Olivia y Alejandra. Las otras se quedaron pensando, se sumó también Claudia. Las otras querían ir, entre los amigos del profe tal vez había alguno bueno, pensaban. Pero la prudencia y la timidez pudieron más.
Claudia, Alejandra y Olivia se peleaban por ir en el asiento del copiloto, hasta que Estuardo decidió que Alejandra iría adelante. El auto viajó por veinte minutos internándose en la noche citadina, hasta llegar a una disco de la zona viva. Allí se tomaron la primera cerveza las muchachas en compañía sólo de Estuardo, y luego llegaron sus amigos, cuatro en total. Las muchachas se miraron entre sí porque los tipos no tenían buena facha, daban desconfianza. Estuardo las presentó con los hombres, y dijo que iría a comprar cigarrillos afuera. Alejandra lo siguió un minuto después porque no quería quedarse con esos tipos sin Estuardo, y dejó a las muchachas, que no atinaron a seguirla o a hacer nada. Cuando volteó a ver la mesa en donde había dejado a Claudia y Olivia, vio que los hombres empezaban a abrazarlas a la fuerza. Al salir de la disco, vio a Estuardo montándose en su automóvil, fumando un cigarrillo en compañía de una mujer, contando unos billetes. Alejandra empezó a sentirse mareada y cayó al suelo.