La despedida


En una banca del parque central está una pareja discutiendo. Ella está envuelta en lágrimas, él intenta comprender la situación mientras fuma un mentolado. Hace semanas que vos estás distante e indiferente Sofi, yo pensé que lo tomarías como normal y de repente hasta estarías contenta de que termináramos, dice el hombre. Es que de veras no entendés, ¿verdad Pablo? dice Sofi, entre pucheros. Pues la verdad no, contesta el hombre, con las mujeres nunca se sabe. Estoy embarazada, suelta entonces Sofi, y a Pablo se le cae el cigarro de la boca.

No es posible Sofi, siempre usamos condón, no puede ser. Pues es, y es tuyo, dice Sofi. Un silencio de unos cuantos segundos eternos sigue a las palabras de Sofi, mientras comienza a circular el viento húmedo que anuncia el aguacero de la tarde. Pablo se lleva las manos a la cabeza, se peina y se queda mirando al suelo, no sabe qué decir. Lo reconoceré como mío, pero no me caso con vos, atina finalmente a decir.

Si no te casás conmigo, el niño no tendrá tu apellido y será como si nunca hubiera tenido padre, contesta resuelta Sofi. Las cosas a medias no van conmigo, o todo o nada. Vos te la gozaste y ahora no querés afrontar las consecuencias y así no se vale.

Mamaíta, responde Pablo, nunca dije que te amaba ni que me casaría con vos. Lo nuestro era pura carne, pura calentura. Acordáte que venías de la decepción con el Diego, que a última hora no se casó con vos. Yo llegué y te ofrecí consuelo y así empezó todo, pero amor, matrimonio, nada de eso se habló. Me vas a disculpar. Por eso sólo te puedo ofrecer reconocerlo, pero si vos no querés, pues no será así.

La pareja queda otra vez en silencio. Unos niños pasan en bicicleta con grandes carcajadas, un vendedor de algodones despacha su producto a una señora con dos niñas y el policía de turno juega con sus llaves, mientras mastica un chicle. El viento se torna más húmedo y empiezan a caer las primeras gotas y sólo unos instantes después, comienza el gran aguacero. Pablo le dice a Sofi, mirá, vámonos enfrente de la policía, aquí nos vamos a empapar. Toma la mano Sofi, y ambos corren hacia el edificio en donde está la policía y el banco. Ambos se mojan un poco.

Comienzan a formarse los ríos de agua en las calles y se puede ver cómo corre la gente a guarecerse de la lluvia, los niños de las bicicletas pasan enfrente de la pareja, contentos de estarse mojando. La señora que compraba los algodones camina más serena con su gran paraguas y sus dos hijas. El algodonero corre hacia el edificio de la policía y se coloca cerca de la pareja.

Pablo compra unos algodones, de repente le dieron ganas. Le da uno a Sofi, que lo recibe sin decir palabra. Ambos comen viendo la lluvia caer y el agua correr por las calles del pueblo. Esta va a ser lluvia de toda la tarde, dice Pablo. De toda la noche diría yo, contesta Sofi, mientras se lleva un bocado de algodón rosado a la boca. El policía pasa a la par de Sofi y le tira una mirada lasciva. Pablo reacciona y le dice, temerariamente, tranquilo poli, que está acompañada. Sofi se siente bien, al fin un gesto amable del Pablo. Sonríe. Pablo nota su satisfacción y dice, rápidamente, vas a tener un hijo mío, y eso se respeta.

Por un momento los dos se olvidan de la discusión y Pablo se recuerda de cuando eran pequeños y Sofi se quedaba a mediodía en su casa a esperar a su mamá, que pasaba después por ella. Vos pellizcabas duro Sofi, no me gustaba que te quedaras, porque en cualquier momento yo decía algo y a vos te caía mal y entonces el pellizco. A veces jugábamos bien un rato, pero vos venías con el pellizco por cualquier cosita y arruinabas todo. Es que vos eras el abusivo, contesta Sofi, ¿cómo te iba a dejar que te burlaras de mis zapatos ortopédicos?

Y así discute la pareja, como si la conversación de antes hubiera quedado olvidada. Hacerse los locos a veces es saludable, de todos modos la lluvia los tenía atrapados. La lluvia, mientras tanto, seguía azotando fuerte, ahora con granizo. Un viento helado le dio un escalofrío a Sofi, y notándolo Pablo, la invitó a un café en la cafetería que tenían a dos pasos. Al entrar en la cafetería, Sofi dice tener que ir al baño. Pablo espera sentado mientras mira la lluvia por la ventana, ¡cuánta agua está cayendo sobre el pueblo!

La conversación sigue, muy amena, como no había sucedido antes. Pareciera que es la primera vez que salen, animados se ven los dos. Serán padres en nueve meses, quizás eso los hace sentirse cómplices, tal vez no todo fue carne y lujuria, tal vez hubo algo más. Afuera, llovía y seguía lloviendo.

El tema, inevitablemente, tenía que volver a salir. Sofi se puso seria y dijo, bueno entonces qué vas a hacer Pablo, decime. Es que eso del matrimonio es complicado vos Sofi, entendéme. Yo estoy empezando, apenas hace un mes me dieron plaza en el Ministerio de Educación, y de todos modos sigo a prueba. Y los güiros cómo molestan, no sé si los voy a aguantar.

Es todo o nada, vos decidís, responde Sofi, si no querés tomarlo todo, me voy a la capital con una mi tía que vive sola y que me ofreció su apoyo. Y olvidáte de mí y de mi hijo, con vos ya no querré nada de nada.

Dos cafés y algunas champurradas son consumidas en una calma tensa, en silencio. Sofi sabe que se está decidiendo su destino y espera, ahora serena y resuelta, a que Pablo decida de una vez por todas.

El casamiento es complicado Sofi, no es nomás así. Yo no sé si vos querés todavía al Diego, y acordáte que yo todavía ando dolido con lo que me hizo la María Luisa. No es así nomás mamaíta, argumenta Pablo. Yo te quiero, pero la verdad, no sé cuánto.

Sofi escucha y un nudo amargo se le hace en la garganta, pero se propone no llorar. Afuera la lluvia cedió un poco y entonces ella se levanta de la mesa y se despide, y le advierte a Pablo que es para siempre. Él, por alguna inexplicable razón, la mira transfigurada y hermosa, como una aparición, la ve irse debajo de una necia llovizna y admira el grácil movimiento del cabello largo de la mujer que será madre de su hijo. Pero no atina a seguirla y a pedirle perdón y a ofrecerle matrimonio.

Al siguiente día ella parte hacia la capital, muy temprano por la mañana, en medio de una triste bruma. No durmió en toda la noche. Ella soñaba con que él viniera a sacarla del bus y que le dijera, arrepentido, que ella y el bebé eran todo para él.

Pero esto no ocurrió sino hasta un mes después, cuando Pablo llegó hasta la casa de la tía de Sofi, una mañana soleada, con un ramo de flores, un anillo y una fecha. Ahora se le miraba flaco, demacrado y ojeroso, pero a Sofi le pareció más lindo que nunca.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

Artículo Anterior Artículo Siguiente