Cuando me bajé del transporte público y me subí al carro la vida se facilitó. El detalle que me gustaba al regresar a casa de noche era que mi papá encendía la luz del portón y encendía también una segunda luz antes de que yo terminara de abrir. Cuando se encendían las luces, yo pensaba, confiado, "ahí está don Joaco, todo está bien".
Aún llegando de madrugada, después de las parrandas, esas luces se encendían. Aún con mi papá enfermo se encendían. Pero desde el domingo pasado en la madrugada él ya no las encenderá más. Y ya no alumbrarán nunca igual, y duele un montón.
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Nostalgia