Graciela y Ale


—No te digo adiós porque no quiero que te vayás —dijo entre pucheros la pequeña Ale, cruzando enojadamente los brazos, mientras su papá intentaba besarla.

—Ale, decile adiós a tu papá, no seás malcriada —repuso su mamá, sin poder evitar que sus ojos se humedecieran. Demián había tomado la decisión de marcharse, dejando atrás 7 años de matrimonio, y a la pequeña Ale, de 6 años, que se marchaba ahora a llorar sola a su dormitorio.

Demián hizo un cortés ademán hacia Graciela, le dio un beso en la mejilla, agarró sus maletas y se enfiló al carro. Empezaba de nuevo, ahora al lado del gran amor de su vida que había regresado seis meses antes y le había vuelto a revolver todo el corazón. No habían ni Gracielas ni Ales ni ningún poder del Cielo o del Infierno que impidiera su ida, él tenía derecho a ser feliz, la sola idea de quedarse y hacerlas infelices era mucho peor. Así son los dictados del corazón.

Graciela lo acompañó con la mirada desde la puerta, vio cómo él metía con desenfado las maletas y hasta silbaba una canción popular. Por más que los últimos seis meses habían sido muy malos, no podía creer que su marido se fuera con otra y que nada de lo que hizo haya sido suficiente para retenerlo, que ni siquiera la Ale lo haya persuadido. Esperó a que el carro arrancara y se fuera y se lo quedó viendo hasta que cruzó la esquina en forma decidida y decisiva. Después nos arreglamos para las visitas a la Ale, había dicho un par de horas antes Demián.

Cerró la puerta de la casa y se sentó en el sofá de la sala, sin atinar a pensar o hacer nada. Había sido un matrimonio con sus problemas y sus buenos tiempos, no entendía cómo ahora regresaba alguien del pasado a arrebatárselo así de fácil, así de rápido. Graciela observó fijamente el florero de la mesa del comedor por varios minutos, el regalo de bodas Silvia, la odiosa hermana de Demián. Se levantó furibunda y llorosa, agarró el florero y lo lanzó con todas sus fuerzas contra la pared, cayendo de rodillas al suelo, emitiendo un sordo y dolorido maullido de tristeza y desolación. Y ahí se quedó, llorando sin consuelo. Las relaciones de años que acaban se lloran como a los muertos.

Ale escuchó en su dormitorio y asustada salió hacia la sala, encontrando la triste escena: su mamá retorciéndose del dolor en el suelo, de ese dolor de corazón que sólo los dejados enamorados entienden. Con la mano derecha Ale se sacudió las lágrimas, respiró profundo y se arrodilló a la par de su mamá y le dio un apretado abrazo. Ahí estaban las dos juntas llorando al hombre que las había abandonado recién y que seguramente no volvería más que para decir un hola apresurado y llevarse de paseo a la Ale los domingos, pero sin Graciela.

La noche las encontró ya más aliviadas y fue Ale quien se acordó de comer. “Tengo hambre” le dijo a su mamá. Graciela preparó una cena sencilla: huevos fritos y frijoles con pan y café. Comieron en silencio. Ale le pidió a su mamá que la acompañara a dormir porque no quería dormir sola. “Yo tampoco”, pensó Graciela. Ale durmió toda la noche mientras Graciela la pasó en blanco recordando escenas varias de su fallido matrimonio. Recordaba insistentemente un paseo por el lago de Atitlán, en una fresca tarde, y de cómo la habían pasado de bien. Esa tarde él estaba especialmente guapo, y todo a su alrededor resplandecía. Hasta había dicho el “te quiero” más memorable de la historia. Tan lejos parece aquel día ahora. Tan irreal.

Y así fueron pasando los días y las semanas. Graciela nunca contestó sus llamadas, tomaba el teléfono y se lo pasaba a la Ale, bendito identificador de llamadas. Fue mortificante verlo llegar los domingos por la nena, con la otra esperando afuera, en el carro.

Durante el día, entretenida en el trabajo y en los quehaceres de la casa, la cruz era llevadera. Lo jodido llegaba por las noches, ahí es cuando todo mundo se enfrenta a sus miedos y a sus demonios particulares. Cuando no hay ruido, cuando no hay gente, cuando todos duermen, los que sufren lloran, sin tregua. Las noches, para la gente que sufre de amores, son interminables y odiosas.

En el día procuraba mantener abierta siempre la puerta de su dormitorio, porque cuando estaba cerrada, parecía que él estaba adentro.

Mientras tanto la pequeña Ale se enfrentaba la ausencia de papi, y a la tristeza de mami. Se quedaba llorando cuando su papá la traía de regreso y se iba. “Mami arregló la casa bien bonita”, decía a su papá. “Mami y yo te vamos a querer para siempre, papi”. Demián respondía sonriendo que él también, mientras tomaba la mano de Sofía, su nueva mujer.

“Papi te quiere mami” regresaba diciendo, convencida. Y en su ingenuidad, tomaba las manos de sus dos padres y las juntaba, y decía “dale un beso a mami” y sonreía cual cupido vencedor. Pero al rato todo se terminaba y él se iba y ellas se quedaban de nuevo solas.

Pero se sabe que conforme pasa el tiempo la tranquilidad llega. No llega para abarcar todo el espacio, llega en la dosis exacta para seguir aguantando la vida, y a veces, hasta se puede parecer bastante a la felicidad, si supiéramos en verdad qué es exactamente la felicidad. Porque hasta a los más enamorados se les acaba un día la luna de miel.

Un mes después de la partida de Demián, Graciela y Ale se tomaron el fin de semana para ir a pasear y ver vitrinas. La que estuvo insistiendo para que salieran fue Ale, que no quería salir el domingo con su papá y su bruja novia. Graciela aceptó ir con ella, y para su sorpresa fue la primera vez que Graciela sonrió de verdad de nuevo y junto a la Ale, eran como dos amigas riéndose de cualquier tontería. Allí ambas supieron que se tenían la una a la otra y que el saber eso sería suficiente para continuar afrontando la vida.

En este punto de la historia es donde quisiéramos dejar a Graciela y a la Ale seguir su camino. El autor de estas líneas sugiere, sin embargo, que el lector imagine un final hollywoodense si así lo desea, por ejemplo: Graciela viendo vitrinas mira a un vendedor de automóviles guapo que la corteja y se lleva bien con la Ale, y la niña, cómplice, empieza a tirarle flores a su mamá, contando lo bien que cocina y lo buena gente que es. Después de algunas citas y salidas a comer, el guapo vendedor de automóviles le pide que sea su novia. Ambas (Ale y Graciela) aceptan de buena gana, y después de un par de años de noviazgo, se casan y son felices. El lector deseoso de finales hollywoodenses, debe imaginar también que se casan en una ceremonia vistosa, en un jardín precioso, que Demián asiste a la boda y la pequeña Ale es una de las damitas de honor. Luego el lector debe imaginar que sale un cartelito diciendo “The End” y una musiquita cursi con un montón de letras que nadie lee pero que son importantes porque dicen quiénes participaron en la producción de la película.

El lector deseoso de finales felices debe terminar la lectura aquí, en este preciso instante, so pena de terminar decepcionado.

A los lectores que se hayan quedado, les diremos que no hay mucho más que una historia común y corriente, de esas que hollywood y los escritores serios y formales desprecian: Graciela y Ale siguen viviendo su vida de solteras, pero resulta que Graciela es algo boba para los novios y la Ale siempre tiene que abrirle los ojos. Graciela en algún punto de su vida decide que ya se cansó de besar sapos y que no seguirá en la búsqueda de nada, sobre todo cuando se entera de que la pequeña Ale, que a los 16 años ya no es tan pequeña, está embarazada. Pero esa es una historia que no vamos a contar aquí, van a dispensarme.

Pero entonces, ¿qué pasó con el Demián este? se preguntará el lector curioso que tiene la mala costumbre de querer saberlo todo. Por informaciones fidedignas nos enteramos de que tuvo tres hijos con el amor de su vida. Está contento el hombre y envejece más o menos feliz, como todo el mundo, salvo por el pequeño detalle de un cáncer en la garganta y alguno que otro amante que tiene su mujer.

¿Ah, y eso es todo, usted no va a terminar en serio la historia?, pregunta una señorita lectora por ahí. No señorita, le vamos a responder, ya no hay más, aquí no nos gusta terminar las historias de forma comedida, así que por hoy se tendrá que conformar. Pero, es que. No señorita, no siga insistiendo. Ala, pero. No, terminemos mejor con esto, que se alarga innecesariamente.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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