La mujer del trailero


Estaba anocheciendo cuando entró ella y yo le dije al Nacho, ésa es la mujer del año. Era hermosa, blanca, rubiecita, cabello sobre los hombros, ojos celestes. Llevaba un vestido floreado azul que danzaba alegre con cada paso que daba. Unas sandalias casuales dejaban ver unos blancos y hermosos pies. Llegó con su hija, a quien al parecer había tenido muy joven, porque le calculamos 20 años a lo sumo. Se sentó en la mesa 7. Es mía le dije al Nacho y sin darle tiempo a reaccionar, le fui a dejar el menú con la mejor sonrisa que pude, pero ella apenas sonrió cortésmente. Con esa yo sí le soy infiel a la Estercita, le dije yo después al Nacho, que sólo me miró con gesto cómplice. Dos minutos más tarde, entró quien debía ser su marido, un gordo todo lleno de collares de oro, anillos y pulseras. Era el 23 de diciembre de año pasado, víspera de nochebuena.

El gordo pidió una cerveza y un tres carnes extra grande, cómo no. La diosa pidió en cambio un agua mineral y una ensalada. No puede querer al gordo ese vos Andrés, me dijo el Nacho, mientras al gordo se le paraba una mosca en la nariz sin él sentir nada. No creo, le respondí, de plano se casó con él por la plata y porque aceptó a la niña también. Mientras tanto, en la cocina se preparaba la comida, y doña Abigail, la cocinera, nos advirtió que el gordo era un tipo que tenía una empresa de transporte de mercadería y que tenía su dinero. El tipo había empezado con un trailer viejo hace 10 años y ahora tenía una flotilla de 50.

Fui a dejarles la comida y aproveché para oler impunemente el aroma de la mujer, ella se dio cuenta, se hizo un reojo coqueta y sonrió mientras veía su ensalada sobre la mesa. Dios me perdone, pero yo también tengo mis encantos, no seré Brad Pitt, pero varias novias me han dicho que tengo un vení-acá parecido al de John Cusack. O sea que algo tengo. Tengo el físico de un antihéroe romántico, neurótico y algo torpe. De todos modos, mejor que el gordo definitivamente sí que estoy. Cuando pregunté si deseaban pedir algo más, ella me miró fijamente a los ojos, y dijo, muy, pero muy suave y elegantemente, con sonrisa seductora incluída “por el momento no gracias, te llamamos después”, mientras el gordo se llevaba a la boca el primer trozo de carne, y casi sin masticar, se lo tragaba. Se me escapó un “a sus órdenes, bella dama”, el gordo dejó de masticar el segundo trozo de carne que se había servido, y entonces compuse la cosa, diciendo “…y distinguido caballero.” Al gordo le pareció bien y volvió contento a su comida. Yo sólo incliné la cabeza educadamente hacia ella y me fui, di algunos pasos y volteé, ella me había seguido con la vista y la bajó cuando la vi.

Las demás mesas las atendí mecánicamente y no logro recordar ningún detalle de ellas, porque mi mente sólo estaba en la mujer de la mesa 7. Vos Nacho, qué linda de veras esa mujer. Ese gordo no creo que sepa distinguir entre un trailer y una mujer bella, lo mismo ha de ser feliz conduciendo un cabezal que amando a su mujer. Ella sería el regalo perfecto de navidad. De veras que está linda vos Andrés, me contesta el Nacho, yo por ella me encargo de la patoja y de toda la familia y amigos, no hay clavo.

II
Al terminar la cena, el gordo pagó la cuenta y salió con la niña, pero la bonita se quedó en el restaurante. Me acerqué a quitar los platos y vasos de la mesa, y le dije, ¿cómo es que dejan sola a una señora tan bonita? Ella sonrió dulcemente y dijo que ellos iban al comercial de enfrente a comprar regalos, pero que ella estaba cansada de caminar todo el día y que los esperaría aquí en el restaurante. ¿Le traigo alguna bebida? y ella dijo, ok, pero si usted me acompaña a tomarla.

Uno está preparado para que lo rechacen, para que las mujeres hermosas se hagan las locas y sean insensibles a los flirteos, pero no se está preparado para que las bonitas te den oportunidades. No sucede en la vida real. O por lo menos no me sucedía a mí, un simple mortal. Sólo atiné a decirle un incrédulo y tembloroso, “con mucho gusto”. Y le pregunté qué bebida deseaba. Un Chivas Regal fue su elección, con agua pura y poco hielo. Así que preparé el whisky y una limonada bien fría para mí y me senté en la mesa, frente a la mujer más bonita del año, en vísperas de navidad.

Se llamaba Cecilia, se había casado con el gordo hacía dos años, la nena tenía siete, la había tenido de quince años por un error con el sacristán de la iglesia, su gran amor que la dejó por una monja. El amor a veces es como la niebla densa, que no te deja ver nada más, pero que en un momento se desvanece y es como si nunca hubiera estado. Púchica, pensé yo, hasta poetisa me salió esta mamaíta.

Yo le dije, con mucho respeto señora, pero usted es en realidad una mujer muy hermosa, y además con gracia y elegancia. Cualquiera que la haya despreciado es en realidad un idiota. Ella sonrió complacida y dijo qué galante sos, ya te habrán dicho que te parecés a John Cusack, sos guapo también. Qué rico sentí que me tratara de vos, y entonces platicamos como si fuésemos sólo los dos en el mundo, con el fondo de la necia musiquita navideña de la serie de lucecitas.

III
Tuve la suerte de que el dueño del restaurante no había llegado ese día, así que me hice el loco cuando llegó el Nacho a hacerme señas de que tenía que atender las demás mesas. Quedáte con toda la propina vos, no te preocupés, le dije. Y seguimos platicando muy amenamente con Cecilia, cuando tiraba su pelo para atrás yo sentía como latigazos en el corazón. Para ese entonces yo ya le decía Ceci y ella me decía Andy.

Nos fuimos al jardincito del restaurante. Sentados en una banca, con la luna y las rosas del jardín de testigos, me dio un beso en los labios que jamás olvidaré. Suavecitos y calientitos sus labios, su aroma de mujer, qué rico todo. Se recostó en mi hombro y me abrazaba suavecito y delicioso. No sé cómo ella estaba tan tranquila, con el marido en el comercial de enfrente. Pero no era momento de preguntarle nada, sino sólo de disfrutar.

Estuvo todo muy bien, hasta que llegó la hora de la cenicienta y llegó el inoportuno marido a traerla. Le logré sacar el número del celular, ya no nos pudimos despedir más que como cliente y mesero, como se suponía que tiene que ser. Los acompañé a la puerta del restaurante y vi cómo ella volteó a verme con una lágrima en la mejilla antes de cerrar la puerta del carro. Los vidrios polarizados no permitían ver, pero juro que ella me siguió viendo desde adentro del carro, hasta que se perdió al dar la vuelta a la esquina. Yo caminaba entre nubes cuando regresé a hablar con el Nacho, que sólo me dijo que parecía que me iban a descontar el día. No importa ya nada, le dije.

Durante un mes entero, todos los días, mañana tarde y noche, llamé al número que me dio Cecilia. Y nunca respondió nadie. Esporádicamente seguí llamando los siguientes meses, sin respuesta. Ayer, un año después de nuestro encuentro, esperaba que viniera y que de nuevo se sentara en la mesa 7. Pero en la mesa 7 había una pareja de ancianos que celebraban su aniversario, al parecer. Si no renuncié todo este año a este empleo, fue por esperarla, fue por pensar en que tal vez ella iba a volver, en que nuevamente, por un extraño milagro, yo podría volver a tocar el cielo.

IV
Y pese a todo lo improbable que era, volvió. Pero no era la misma. Es increíble cómo en un año la gente puede cambiar tanto. Estaba gorda, todo el resplandor se le había ido, el cabello opaco y quebradizo, sus ojos seguían siendo azules, pero totalmente apagados. Se sentó en la mesa 6. Yo le dije al Nacho que la atendiera, yo creo que no la reconoció. Luego, al final, fui a su mesa y le llevé el Chivas Regal. No me podía explicar lo que pasó, y dándose cuenta ella, me contó todo lo que pasó en este año. Murió su hija de una pulmonía y a su marido lo mataron, se había puesto a vivir con un tipo que andaba en las drogas y a consecuencia de la depresión por todo esto, había intentado suicidio y había engordado. Me dijo que yo había sido el último recuerdo romántico agradable y que por eso, aún sabiendo que ya no era la misma y que no había esperanzas de revivir la magia, venía a verme y a confirmar que por lo menos a mí no me había ido tan mal. Se despidió con un beso en los labios y sin pagar la cuenta ni voltear a ver, se fue. Yo no fui tras ella, sólo me terminé la limonada, recogí la mesa y le llevé el dinero de la cuenta a la cajera, y pensé que no iba a hacer tanto frío para la navidad, en la casa de la Estercita de seguro la íbamos a pasar calidad.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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