Cuando los nietos de don Vitalio y doña Augustina llegan a casa, todo se trastorna. Rápidamente dominan todo el lugar, y de una apacible y silenciosa morada, que verá sus últimos días, pasan a gritos de los niños corriendo por todos lados, lloriqueos cuando se caen y se golpean, quejas porque los más grandes les pegan y restos de comida y juguetes por todos lados. La nieta más pequeña, por ejemplo, vino hoy con la novedad de que tenía un su cuco en la pierna derecha, del cual presumía ante sus abuelos.
El nieto más grande está aburrido y apenas si saluda de mala gana, porque sus papás lo obligaron a ir donde los abuelos y él quería quedarse en la casa viendo el partido del Real Madrid. El nieto que le sigue en edad anda con sus nuevos zapato-patines y no para de pasear por toda la casa, casi atropellando al abuelo Vitalio, que con su bastón intenta golpearlo simbólicamente, pero siempre llega tarde. El bebé está enfermo del estómago y no para de llorar a gritos, parece que la medicina no le está haciendo bien, lo pone más desesperado y la abuela Augustina se siente apenada porque por más que lo chinea, no logra calmarlo. Los dos abuelos atienden de buena gana todas las preguntas de los niños, que van desde por qué usa bastón el abuelo, hasta por qué anda encorvada la abuela. Todavía falta que lleguen más niños, estos que acaban de llegar sólo son los de Carlos, ya no tardarán en venir los de Abel y Julieta, que son un poco más traviesos y que dan más lata. Los primeros en llegar son los de Julieta, que sólo son dos, pero gemelos y gritones como los que más. Cuando llegan, van también con sus zapato-patines atropellando a quien se les ponga enfrente, y empiezan a jugar de carreritas con el segundo de Carlos, con quien terminan peleando porque según ellos hace trampa. Los hijos de Abel son tres, dos mujeres y un varón. Las niñas juegan muy bien entre ellas y se juntan con la más pequeña de Carlos, llevan sus muñecas y sus crayones para colorear los libros que les dan los abuelos. El nene está en su etapa más berrinchuda y se tira al suelo y patalea cada vez que le quieren arreglar el pantalón o cuando le sugieren lavarse las manos para comer.
Después de cuatro horas de toda esta historia, los hijos empiezan a irse. Cada nieto se despide del abuelo y de la abuela y se va contento con el dulce que siempre les regalan. Vitalio y Augustina caen rendidos en el sofá y encienden la tele y se quedan dormidos. Para la cena, ya en la paz y tranquilidad de siempre, Vitalio dice que es alegre cuando los nietos vienen de visita, pero es más alegre cuando se van. Augustina está de acuerdo.