¿En qué estaría pensando esta desgraciada? ¿A qué venía ese email? ¿Por qué dejó pasar tanto tiempo para decirlo? Si no me quería lo debió haber dicho antes, ahora que la boda está cerca y ya la gente está invitada me lo viene a decir como si fuera un juego. Juan miró por la ventana la mañana gris y lluviosa que se asomaba desde la sexta avenida. Atendió de mala gana un par de llamadas de clientes y volvió a la computadora a leer el infame email.
¿Qué era esa mierda de “creo que no es mi tiempo todavía”? Parecía que se había olvidado de las lágrimas ridículas que se había echado cuando le entregó el anillo de compromiso, de los planes que tenían para ir a vivir a Antigua Guatemala, de armar una agencia de viajes y de dejar de trabajar cuando cumplieran 40 años, cuando ya fueran millonarios.
—Juancho, lo llama el jefe a su oficina —le avisa Raúl, el conserje—.
Juan se encamina a la oficina de su jefe, pensando en que ahora le importa una mierda todo y que todos también se pueden ir mucho a la mierda. Entra a la oficina y tira un forzado buenosdías que apenas escucha su jefe.
—Juan, ante su próximo casamiento, creo que nos tenemos que poner de acuerdo para atender los compromisos fiscales —dice el jefe, serio—. Usted se va dos semanas en las cuales hay que hacer traslados de fondos importantes y no quiero molestarlo en su luna de miel en La Habana —agrega, con sonrisa cómplice.
Te sigo amando pero pienso que deberíamos darnos más tiempo.
—No se preocupe jefe, eso no es cosa del otro mundo y usted lo debería saber bien —contesta Juan, con insolencia—. Ya coordiné con el contador para que nada suceda y de esto, si mal no recuerdo le hablé la semana pasada. Ahora, si no le importa, voy a ver el pago de la planilla de mañana.
Juan sale de la oficina molesto y apenas logra reaccionar a tiempo para no somatar la puerta. Va a su oficina e intenta imprimir un memo para el personal, pero la impresora no funciona, se trabó el papel. Le pega un par de puñetazos a la impresora y tiene que controlarse para no tirar todo lo que tiene en el escritorio.
Me siento muy presionada y tengo miedo de que todo salga mal y fracasemos.
De plano que el Braulio maldito la andaba rondando otra vez, después de que él mismo la mandó a la mierda. De haberlo sabido mejor ni me le hubiera acercado. ¡Y yo que pensaba que había sido mi suerte! Maldita perra. No sé qué va a pasar ahora, pero voy a hacer que me pague hasta el último centavo de lo que gasté y que me devuelva todos mis regalos.
Pero eso sí no, no la voy a rogar para nada, que le vaya bien con ese idiota que a saber qué negocios tiene con esos carros que dizque trae de Estados Unidos. Para mí que son robados, pero allá ella, que se la lleve la gran puta, que coma mucha mierda. Estúpida.
Suena el teléfono de su oficina y él responde casi gritando que no está para nadie, y cuelga sonoramente. Tira su celular con fuerza hacia la pared. Apaga la computadora y sale a toda prisa a la calle a caminar, porque si se queda va a terminar tirando todo lo que hay en el escritorio y va a patear todos los muebles. Su jefe lo ve venir en el corredor y lo tiene que esquivar porque Juan ni lo mira.
—¡Tá bravito don Juan vaá! —dice Raúl el conserje, mirando al jefe, quien sólo se encoje de hombros.
Creo que no es mi tiempo todavía.
Juan se va debajo de una necia llovizna caminando lo más rápido que puede, hacia cualquier lado. Pasa enfrente del Palacio Nacional, y camina y camina, hasta que sorprendido, se da cuenta de que llegó hasta el Hipódromo del Norte. Entra a ver el Mapa en Relieve y se sienta en una banca, derrotado. Quiere llorar pero no puede.
Vuelve a la oficina a la hora del almuerzo para que no lo vea entrar nadie. Enciende su computadora para imprimir el email, de repente servirá si hay pelea con abogado.
Consulta su correo, con una vaga esperanza de que cambie algo. Y ahí está, en su bandeja de entrada, el maldito email salvador:
Mi amor, disculpame. Estoy muy nerviosa y anoche tuve un sueño terrible en el que nos salía todo mal y nos separábamos. Por eso el email que te mandé a las tres de la mañana. No hagás caso por favor. Te intenté llamar al trabajo, pero me dijeron que no estabas disponible. Llamé también al celular y te dejé mensaje porque no contestaste. Llegué a tu oficina pero no estabas. Soy una tonta, pero te sigo amando con locura. Te paso a buscar a la salida, voy a ver lo de los adornos de la Iglesia.
Besos,
Tania.
Juan suspira larga y pesadamente. Se da cuenta de que tiene hambre y llama por teléfono para pedir pollo frito. Cuando sus compañeros de oficina vuelven de la hora de almuerzo, Norah Jones está cantando a todo volumen Those sweet words, y escuchan a Juan intentando hacer una segunda voz, que no le sale tan mal que digamos. Se sonríen todos, pero nadie dice nada, la música es media cursi, pero está buena. Raúl abre la ventana principal porque el sol ya volvió y parece que se va a quedar el resto de la tarde.
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