Mariano Varsavsky, un científico guatemalteco de origen judío, inventó hace algunos años una máquina del tiempo. A pesar de sus muchos intentos sólo logró viajar cinco minutos en el tiempo. Cinco minutos para atrás o cinco para adelante, algo que no era muy útil que digamos. Después de desvelos y esfuerzos inútiles, decidió abandonar la empresa de hacer una máquina que viajara más tiempo e inventó entonces una máquina para eliminar la nostalgia.
Varsavsky pensó que era mejor eliminar la nostalgia para no tener que viajar al pasado. Varios de los que participaron en sus experimentos del tiempo querían regresar a la niñez, o volver a estar con aquella su tráida que tenían en bachillerato y más de alguno por ahí quería regresar a su primer año de matrimonio. Así que los escasos cinco minutos nunca fueron suficientes para nadie.
Se puso manos a la obra, y todas las noches del 2003 dedicaba cuatro horas al proyecto. El principio elemental de la máquina era bombardear con rayos catatónicos a la parte del cerebro que guarda los recuerdos. Los rayos catatónicos, un reciente invento de un premio nobel palestino, tienen la facultad de disminuir la frecuencia de las ondas electrónicas de un campo magnético cerebral determinado. El efecto final en el caso de los humanos, era un apaciguamiento del dolor nostálgico, sin eliminar los recuerdos. Es decir, recordaríamos todo sin dolor, sin ansias de regresar al pasado, con una mirada serena y racional. Podríamos entonces continuar nuestra vida y seguir hacia el futuro, sin añorar dichas ni tiempos pasados.
Puedo decir esto con autoridad por haber participado en los experimentos de Varsavsky durante el 2004, experimentos en los cuales eliminé toda la nostalgia que tenía del año 1986, cuando Argentina fue campeón mundial de fútbol y Maradona brilló como ninguno desde entonces. Al recordar ese año, ya no me entra la tenue desesperación que padecía antes, al recordar un buen año que nunca volverá.
Después de documentar exhaustivamente todos y cada uno de sus experimentos durante el 2004, Varsavsky pensó que era tiempo de ir a Estados Unidos o Alemania y presentar la máquina y por fin entrar a la historia como el gran inventor que era. Los que participamos en sus experimentos estábamos seguros de que triunfaría y nosotros también pasaríamos a la historia como participantes de tan célebres experimentos.
Pero la desdicha cayó sobre la vida de Varsavsky antes de que terminara de arreglar sus pasajes de avión, durante enero del 2005. Por un error de cálculo, Varsavsky borró la nostalgia por su madre, muerta cuando él tenía siete años. El quería eliminar una nostalgia diferente, aquella en que recordaba a la relación sentimental que tuvo con su prima Lucía estando en secundaria. Por más que hizo no pudo reinstalarse la nostalgia por su madre, y cayó en una profunda depresión. Recordaba a su madre así como recordaba a la bicicleta que le regaló su padre a los nueve años, sin sentimiento. La imagen, la voz y la sonrisa podía recordarlas bien, pero no causaban el menor efecto. Esa era su nostalgia más preciada, ahora perdida por error.
Empezó a beber y a endeudarse hasta la quiebra por la bebida y un día enfurecido prendió fuego a su archivo de investigaciones. Luego arremetió con un bate de béisbol contra la infortunada máquina, hasta dejarla en calidad de chatarra. Renunció a su trabajo y se fue a vivir a Zacapa, donde se sostiene colaborando en los laboratorios clandestinos de cocaína. Dicen que a veces recuerda con nostalgia la febril pasión con que emprendía sus investigaciones.