En los años 70s y 80s se transmitía una serie de televisión que en español se llamaba Hulk, el hombre increíble (pronúnciese jolc). La historia trataba de un doctor llamado David Banner, quien había sido sometido a una sobredosis de rayos gamma, en un experimento de nosequediablos. Desde ese experimento, el cuate al ponerse como la gran diabla se convertía en un grandulón musculoso, despeinado y verde, que vergueaba a todo el mundo. A mí a veces me sucede lo mismo, sólo que sin ser ni grandulón, ni musculoso, ni verde.
Tampoco le pego a nadie. Pero si algún día hay alguna chispita por ahí, y el contrincante es menor de 1.60 de estatura, le rompo toda la jeta, seguro. Descubrí a mi versión de Hulk cuando empecé a andar en carro, hace dos años, con un comienzo no muy feliz, por cierto. Aprendí todo lo que hay que saber: que los taxistas siempre llevan prisa y se meten a como de lugar, que los traileros y camioneteros pueden cambiar de carril sin importar mucho si vas cerca, que el peatón que quiere cruzar la calle esperará siempre a que estés cerca para cruzar (medio corriendo medio caminando), que en los pasos de cebra todavía habemos algunos pocos pendejos en vías de extinción que nos acordamos de nuestros años de peatón y los dejamos libres, que el tiempo exacto entre el verde del semáforo y el primer bocinazo es 10 nanosegundos.
Puedo soportar estoicamente los abusos que acabo de enumerar, porque nada ganás con pelear ni con bocinar, porque igual da. Sólo hay una cosa por la que se me sale el hulk: cuando me bocinan de atrás como energúmenos y yo estoy esperando que se abra un espacio en un carril para entrar a la carretera. Ahí me olvido de todo el estoicismo de mierda y pongo el freno de mano y me quedo esperando que piten y piten, sin moverme, atascando el tráfico y exponiéndome a insultos y hasta trancazos, sólo para desesperar más al o los energúmenos. Si hay chance, los miro a la cara y les pregunto qué onda, qué pasa. Si están atrás saco la mano izquierda y pregunto con gestos lo mismo, qué onda, qué pasa. Se empieza a sentir algo de tensión en el ambiente, y si van cuates conmigo en el carro, suelen decirme se está transformando, ya casi está verde muchá. Después de algunos tensos segundos, en los que mi vida corre peligro, reanudo la intentona de entrar a la carretera y sigo mi camino, pero no falta un trailero o camionetero que me tire su vehículo cuando después me rebasa. Una de las veces vi a un taxista que al pasar a la par se cubría la cara con la mano, por si las moscas, habrá pensado el ahuevado.
Yo sé que no debería hacer caso, que no es para tanto, que no vale la pena. Lo sé. Lo que no sé es si algún día me saldrá algún matón que se baje del carro y con su pistola pum, me mande al otro mundo, así como ya les ha pasado a otros. Tampoco sé si me salga alguna pelea en serio y el contrincante sea un mamut 40 o 50 centímetros más grande que yo y me haga arrastrado.
Sólo espero que la suerte me siga acompañando, y que si hay trancazos, yo gane con rotundo y certero knock out en el primer asalto. Y que si usted es de esos energúmenos amigos del bocinazo inútil, que no me chingue. Por favor.