Ayer por la tarde pasé por la Plaza Central de la ciudad de Guatemala. Me dirigía de la séptima avenida hacia mi oficina ubicada en la cuarta avenida, después de hacer una diligencia de trabajo. A la par de la fuente estaba un grupo de limpiabotas adolescentes echándose una chamusca (partido informal de fútbol). De repente, a consecuencia de un disparo desviado, la pelota vino hacia mí acompañada del grito de costumbre: ¡bola porfa! La recibí, la levanté con el pie derecho, hice dos toques sin dejarla caer y le pegué hacia donde estaban los limpiabotas, como en mis mejores tiempos. Y cuando di aquella patada, retrocedí 18 años, a octubre de 1986.
En ese año habíamos tenido que cambiar de casa, puesto que se había inundado la que vivíamos y se habían arruinado los muebles. No quisimos volver a aquella vivienda, pasamos un mes con unos primos y luego regresamos a la misma colonia El Tesoro, pero 3 cuadras arriba, donde ya no había peligro de una nueva inundación.
Allí pasé las mejores vacaciones de mi vida (las vacaciones para los escolares en Guatemala son de octubre a enero). Los vecinos venían todas las tardes a jugar chamusquitas con otro cuate que vivía en la misma casa, mi hermano y yo. Sólo se necesitaba de una pelota plástica de 20 centavos y el patio de la casa para organizar nuestros partidos de fútbol que duraban 3 horas y que terminaban con marcadores de 35 goles a 33.
Después de esos encuentros donde todos éramos el Maradona que se llevó a 5 ingleses y anotó el gol, nuestros zapatos y ropa estaban llenos de tierra. Mi mamá nunca protestó, supongo que le encantaba vernos entrar sonrientes, agotados y sudorosos, y que eso alcanzaba para pagar las lavadas de ropa con tierra.
Me recordé de todo eso porque el color de la tarde de ayer era igual que en aquel entonces. Y me entró un maldito viento de nostalgia que me dejó el resto del día con un dolorcito sordo, pero contínuo. Qué lejos están aquellos tiempos.
Cuando uno crece todo se hace más complicado. Ya no basta una pelota de plástico y algunos amigos; ahora necesito tener una página en Internet, conexión y computadora. Y escribir tonterías como ésta.
En ese año habíamos tenido que cambiar de casa, puesto que se había inundado la que vivíamos y se habían arruinado los muebles. No quisimos volver a aquella vivienda, pasamos un mes con unos primos y luego regresamos a la misma colonia El Tesoro, pero 3 cuadras arriba, donde ya no había peligro de una nueva inundación.
Allí pasé las mejores vacaciones de mi vida (las vacaciones para los escolares en Guatemala son de octubre a enero). Los vecinos venían todas las tardes a jugar chamusquitas con otro cuate que vivía en la misma casa, mi hermano y yo. Sólo se necesitaba de una pelota plástica de 20 centavos y el patio de la casa para organizar nuestros partidos de fútbol que duraban 3 horas y que terminaban con marcadores de 35 goles a 33.
Después de esos encuentros donde todos éramos el Maradona que se llevó a 5 ingleses y anotó el gol, nuestros zapatos y ropa estaban llenos de tierra. Mi mamá nunca protestó, supongo que le encantaba vernos entrar sonrientes, agotados y sudorosos, y que eso alcanzaba para pagar las lavadas de ropa con tierra.
Me recordé de todo eso porque el color de la tarde de ayer era igual que en aquel entonces. Y me entró un maldito viento de nostalgia que me dejó el resto del día con un dolorcito sordo, pero contínuo. Qué lejos están aquellos tiempos.
Cuando uno crece todo se hace más complicado. Ya no basta una pelota de plástico y algunos amigos; ahora necesito tener una página en Internet, conexión y computadora. Y escribir tonterías como ésta.