La casa redonda


Cuando yo tenía siete años mi papá leyó en el periódico una noticia sobre una casa redonda que podía girar como si fuera un carrusel. Como mi papá era ingeniero la noticia le causó tal emoción que dijo que tenía que hacer algo igual. Me dijo ese día que íbamos a vivir en una casa que da vueltas. A los pocos días me mostró en la cena los primeros bosquejos de la casa. La terminó de construir dos años después. Cuando nos pasamos a vivir ahí, mi papá y yo, nos dimos cuenta de que la gente que nos visitaba cambiaba, como si el giro de la casa también provocara un giro en la vida de las personas.

Mi papá era un tipo con gran sentido del humor. Creo que es la persona más feliz que he conocido. Cuando yo era pequeño jugábamos tardes enteras al fútbol, o salíamos a la calle a pasear, o me llevaba a conocer sus obras. Como mi mamá murió cuando yo tenía cuatro años, fuimos muy unidos. Por eso, aunque yo no entendiera muy bien al principio lo de la casa circular que daba vueltas, me ilusioné tanto como se puede ilusionar un niño de siete años. No había nadie en la colonia que tuviera una casa como la que yo iba a tener.

Durante el tiempo en que se construyó la casa, mi papá me llevaba a verla al menos una vez a la semana. Me decía en dónde iba a estar mi cuarto, en dónde el baño, dónde la cocina, dónde su cuarto. La casa era como su juguete. El principal problema que costó resolver era el del agua de la cocina y el baño y las conexiones eléctricas. Mi papá se inventó un sistema central, en el cual el eje rotatorio de la casa contenía todo, tuberías y cables eléctricos. Cuando estuvo lista la casa, con una simple palanca se accionaba el motor que hacía girar la casa. La casa giraba completamente en hora y media.

No se me olvida el día en que nos trasladamos. Mientras subíamos todo, la casa daba vueltas. Mi papá pensó que al menos ese día la casa iba a rotar un poco más rápido y calibró el motor para el efecto. Yo terminé esa noche mareado, y estrené el baño con un vómito. Ni él ni yo dormimos de la emoción de tener una casa particular.

Una de las intenciones de mi papá era siempre tener la luz del sol de la mañana en su dormitorio, y para ello giraba la casa según la estación del año. Cuando yo estaba solo en la casa solía mover la palanca a cada rato para girarla, hasta que me troné el motor. Mi papá me dio una buena regañada y le puso candado a la palanquita.

Sin embargo, a mi papá le gustaba jugar con la casa. Cuando llegaban mis tíos de visita, accionaba el motor, que era tan silencioso y giraba tan despacio que generalmente la gente no se daba cuenta. Un día mi tío Carlos se despidió de la casa y salió. Cuando vio que no estaba su carro, pegó un grito del susto, ¡me robaron, me robaron! Mi papá salió de la casa muerto de la risa, porque el carro estaba en la parte de atrás. La casa era la que había girado sin que el tío Carlos se diera cuenta.

La primera persona que cambió al salir de la casa giratoria fue don Alberto, uno de los amigos de mi papá. Era un tipo deprimido y borracho, que había caído en eso por la muerte de su mujer y el fracaso en su empresa. Estaba quebrado. El día que llegó de visita a la casa, mi papá lo recibió con un gran abrazo y lo pasó adelante. Lo escuchó pacientemente toda la tarde. Cuando salió de casa, la broma de siempre, la casa había girado. Pero como don Alberto no tenía carro y además no vivía tan lejos de la casa, no se dio cuenta. Así que caminó en dirección contraria a su casa por unas cinco cuadras, hasta que se dio cuenta de la broma. Pero no se molestó, tocó la casa sonriendo. Cuando se dio cuenta de que iba en la dirección equivocada, nos contó, se sintió perdido y al darse cuenta de lo que había pasado, no tuvo más que reírse. Después de ese día, dejó la bebida y poco a poco reconstruyó su negocio quebrado y un año más tarde, se volvió a casar.

A veces mi papá no giraba totalmente la casa, pero casi siempre desconcertaba a sus visitantes. Yo mismo le hice la broma a algunos de mis amigos. Uno de ellos casi se desmaya cuando fue a hacer la tarea conmigo y al salir no vio su bicicleta nueva. Muchos de mis compañeros del colegio me regalaban dulces en el recreo con tal de que los invitara a mi casa rotatoria. Una maestra casi me obligó a que invitara a toda la clase a una visita guiada, en donde les explicara cómo funcionaba la casa y cuál era la idea.

Otra de las personas que cambió después de la visita a la casa fue la tía Refugio. Mi papá tenía mucho tiempo de no verla cuando la invitó a pasar un domingo. Ella llegó y lo primero que hizo fue buscarle defecto a todo. ¿Para qué querés una casa que gire?, fue su primera pregunta. Mi papá simplemente respondió “para jugar”. La tía y él siempre habían sido distantes, pero esa vez mi papá la trató con tal cariño, a pesar de sus desplantes, que yo casi lo compadecí, porque la tía era de verdad insoportable. La tía Refugio también sufrió la broma del giro, y al no encontrar su carro a la salida, empezó a regañar a mi papá por no tener un garage cerrado, por tener estúpida casa redonda y por haberla invitado. Hermanita, dijo paciente mi papá, tu carro está al otro lado, la casa giró. Mi tía sintió vergüenza y fue a comprobar que efectivamente, su carro estaba del lado de atrás. Y por primera vez tuvo un gesto amable con mi papá, se disculpó sinceramente, y al despedirse hasta lo abrazó.

—¿Viste cómo cambia la casa a la gente? —me dijo mi papá cuando la tía Refugio se había ido.

Fueron varios los amigos y familiares de mi papá los que cambiaron después de visitar la casa redonda. Él siempre prefirió darle el crédito a la casa, pero no era así. Él los llamaba, los invitaba, los trataba bien y los escuchaba. A algunos hasta les prestó dinero que nunca devolvieron. Quizás mi papá fue siempre así y no fue sino hasta vivir en la casa redonda que yo me di cuenta.

Todos estos recuerdos vienen a mi mente cuando paso enfrente del terreno en donde estaba la casa redonda. Después de la muerte de mi papá, tuve que vender la casa porque con el paso del tiempo se arruinó el motor, las tuberías, los cableados. Cuando estaba reciente su fallecimiento era muy doloroso visitar la casa redonda en donde él vivió hasta su muerte. Después, cuando reaccioné, ya todo estaba muy arruinado y yo no tenía tiempo ni dinero para arreglarlo. Vendí la casa con el terreno tal cual estaba, y el nuevo dueño la demolió. Ahora hay un terreno en el cual están empezando a hacer movimiento de tierra para hacer alguna construcción. Hoy que pasé por ahí se me hizo un gran nudo en la garganta. Intenté desatarlo escribiendo este texto, pero ahí sigue, bien anudado.

José Joaquín

Soy José Joaquín y publico mis relatos breves en este sitio web desde 2004. ¡Muchas gracias por leer! Gracias a tus visitas este sitio puede existir.

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